martes, 22 de diciembre de 2020

Nueva normalidad

 Por: Silvio Marinelli

La primera vez que escuché la expresión “nueva normalidad” quedé perplejo. Estos dos conceptos parecen pelearse entre sí, y su unión – “nueva normalidad” – parece una paradoja.

            El concepto de “normalidad”, en efecto, me hace pensar en algo que se repite, que tiene una tradición consolidada detrás, que da seguridad porque ya la hemos ensayado y está bajo control: es normal levantarse, arreglarse, empezar la actividad laboral que se repite según criterios y acciones similares a las que hemos vivido los días y años anteriores; es “normal” encontrarse con las personas, etc.

            El concepto de “novedad” pone en discusión, altera y modifica la “normalidad”. Lo nuevo es siempre cambio en la rutina, riesgo de modificar lo que ya sabemos hacer y cómo pensar.

            Reflexionando mejor, me di cuenta de que lo que nos toca vivir con la pandemia del COVID-19 es, efectivamente, una novedad que debe convertirse en normalidad. Muchos aspectos de nuestra vida han cambiado y todo nos hace pensar que muchos cambios se establecerán de manera continuativa en nuestra existencia: una mayor atención a las medidas de distanciamiento, el uso masivo de las redes sociales, una parte del trabajo que migra a teletrabajo, nuevas formas de enseñanza y de aprendizaje, sólo por poner algunos ejemplos.

            La novedad nos ha desestabilizado, desinstalado, no sólo desde el punto de vista espacial, reduciendo los lugares accesibles, y temporal, obligándonos a invertir mejor el tiempo disponible (para muchos ha aumentado significativamente), sino también en nuestras convicciones, deseos y esperanzas. La pandemia nos confrontó y nos confronta con la realidad; ha hecho derrumbarse mitos ilusorios y certezas falaces y nos recuerda que todo en la vida es don. Hemos adquirido una mayor conciencia de la provisionalidad de los proyectos; pudimos tener la oportunidad de liberarnos de lo inútil; la pandemia nos educó a la paciencia, etc.

            Ojalá hayamos llegado a ser más responsables, más reflexivos, más humildes y más esenciales. Tal vez hemos podido redescubrir el valor de la naturaleza y del silencio, un nuevo uso del tiempo y del espacio, un tiempo dilatado y un espacio reducido, la importancia de las relaciones.

            Como afirma Papa Francisco: «Hoy podemos reconocer que nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad. Hemos buscado el resultado rápido y seguro, y nos vemos abrumados por la impaciencia y la ansiedad. Presos de la virtualidad, hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad».

            En la nueva realidad, hay muchas ruinas que reparar: estrés y conflictos familiares, pobreza por la falta de trabajo, fracaso de muchas actividad productivas, jóvenes y niños solos y aislados, presencia difícil y reducida de la Iglesia, exceso de trabajo en los hospitales (con nuestro agradecimiento a estos profesionistas entregados), duelos no resueltos por prácticas funerarias rápidas y sin familiares; contagio de miedo y ansiedad; soledad; ancianos con traumas psicológicos por apoyos no recibidos, ausencias dolorosas, adioses no dichos, duelos no concluidos.

            «Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. ... Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces…» (Papa Francisco, Todos hermanos).

            La verdadera esperanza es que la nueva normalidad no sea demasiado parecida a la forma de vida que teníamos antes.




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