Por: Pbro. Silvio Marinelli
Todo un capítulo entero de Laudato Sii
está dedicado a la educación y espiritualidad. Retomamos algunas sugerencias
entre las muchas planteadas, enriqueciéndolas con otras propuestas.
Como en todos los sectores de la vida, la
apuesta atañe a la educación para formar una espiritualidad madura y
responsable. La espiritualidad la entendemos como el conjunto de valores,
creencias y criterios éticos que guían la conducta.
Apostar por otro estilo de vida
Existe una relación entre vacío espiritual y
actitud consumista y predadora: el egoísmo colectivo se conjuga con la única
libertad, la de consumir. Sí, somos todavía cazadores y recolectores: comprar,
poseer y consumir. Tres verbos que pueden y deben tomar un sentido moral porque
involucran nuestros valores y creencias. No son neutrales o solo económicos;
involucran nuestra espiritualidad y pueden orientar a un nuevo estilo de vida:
“comprar es siempre un acto moral y no solo económico”.
Debemos ponernos “límites”. Un filósofo
contemporáneo comenta muy a propósito que ponernos límites es alcanzar nuestra
perfección, es decir, llegar al punto hasta donde podemos llegar: ahí está el
límite y también la perfección que para cada uno es diferente.
Educación
Necesitamos motivaciones adecuadas para
asentar virtudes sólidas, es decir, estilos de vida estables, denunciando y
rechazando un derrotismo cómodo y estéril, de quien dice que no hay nada que
hacer: “no hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas
acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de
lo que se pueda constatar, porque provocan… un bien que siempre tiende a
difundirse… El desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento
de la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite
experimentar que vale la pena pasar por este mundo”.
Frente a actitudes frívolas, superficiales,
voraces, de despreocupación inconsciente y predadoras, afirmamos el valor del
compromiso, de una vida entregada, orientada, que tiene rumbo y sale de la
lógica de la competencia con los demás y del exhibicionismo.
Apostamos por una educación a la gratitud por
la naturaleza y lo que tenemos, por una educación que tiende a una formación
ética para responder a las fragilidades de las personas y del ambiente, y
estética porque pone atención a la belleza y la ama.
Educación interior y exterior
“Los desiertos exteriores se multiplican en el
mundo porque se han extendido los desiertos interiores”. No queremos caer en la
actitud pasiva o de quien se burla de estos temas de manera superficial; el
encuentro con Jesucristo motiva a cambiar las relaciones con los demás y la
naturaleza: “vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial
de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto
secundario de la experiencia cristiana”.
Se trata de tomar conciencia de los vínculos
que nos unen y de los que podemos crear para enfrentar los desafíos: de aquí la
importancia de las redes sociales con su creatividad y entusiasmo.
La educación puede favorecer el desarrollo de una
actitud contemplativa que propicie el crecimiento de un estilo sobrio y la capacidad
de gozar con poco. Una sobriedad liberadora de afanes y de las esclavitudes a
la apariencia, la competencia, las obsesiones; liberadora de “necesidades que
nos atontan”.
Es posible entonces una espiritualidad que
traiga paz interior: la paz que libera de obsesiones, prisas, ansiedad,
apariencia y al mismo tiempo sea comprometida y dote de plenitud de vida.
De lo personal a lo político
Este nuevo estilo de vida redunda a nivel
social, propiciando el paso del individualismo y la competencia a la
convivencia y comunión. Es la gratuidad del amor fraterno que lleva a y hace
posible la fraternidad universal. Esta fraternidad se fundamenta en el sentido
de la responsabilidad hacia los demás y al mundo: la degradación moral ha
llevado a la degradación de la convivencia (violencia y crueldad) y a la
degradación ambiental.
Se trata de una educación que lleva a la
práctica de relaciones interpersonales amigables, respetuosas, mas amables,
rompiendo la lógica de la violencia y del aprovechamiento; relaciones nuevas
inspiradas en el amor para construir un mundo mejor, una civilización del amor
y una ética del cuidado para reconstruir el tejido social y favorecer una
formación al aprecio de la belleza.
Reconocer la presencia de Dios
La educación integral no nos capacita solo
para trabajar, ganar y satisfacer necesidades; algunas veces parece que la
escuela (en particular la universidad) mostrara interés solo en este objetivo.
Una formación integral puede ayudar a descubrir la acción creadora de Dios en la
naturaleza y el cosmos.
Desde este punto de vista, la tradición
cristiana valora la joya de los sacramentos. Papa Francisco nos invita a
redescubrirlos como “un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por
Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural… El agua, el aceite,
el fuego y los colores son asumido con toda su fuerza simbólica y se incorporan
en la alabanza. La mano que bendice es instrumento del amor de Dios y reflejo
de la cercanía de Jesucristo que vino a acompañarnos en el camino de la vida.
El agua que se derrama sobre el cuerpo del niño que se bautiza es signo de vida
nueva.”
Particularmente en la eucaristía, la creación
encuentra su mayor elevación y su cumbre: “la gracia… logra una expresión
asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su
creatura. El Señor… quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de
materia… La eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo
creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a Él en feliz y en plena
adoración”.
Espiritualidad de la fiesta
Los días no laborables se han convertido en
días de compras, nuevas actividades a menudo estresantes, de pachanga
agotadora. Se trata de redescubrir la espiritualidad del descanso, que da
sentido al trabajo porque permite “la sanación de las relaciones del ser
humano” con Dios y con nuestros hermanos, pero ante todo con uno mismo: un
descanso para reflexionar, relacionarnos con nuestros familiares y con nuestra
comunidad. Es la fiesta de lo gratuito, del agradecimiento, de la relación cara
a cara con Dios y su infinita belleza, del disfrute sano de la naturaleza,
reconociéndonos parte de ella, en camino “hacia la casa común del cielo”.