Por: Jesús Ma. Ruiz Irigoyen
Del sentido de la vida se viene hablando y escribiendo
mucho, probablemente desde que hombres y mujeres empezaron a pensar. En
nuestros tiempos, esta cuestión del sentido parece preocupar también como en
épocas pasadas. Lo mismo que la Tierra gira alrededor del Sol y lo mismo
que una rueda gira alrededor su eje, así también el sentido de la vida es una
cuestión humana que va y vuelve, abordada desde diferentes puntos de vista.
Algo tendrá el tema en cuestión cuando tan a menudo lo tratan unos y otros.
Según la Biblia, un día Dios creó el
mundo. Creó también el tiempo al establecer que hubiera mañana, tarde y noche,
no a la vez en los dos hemisferios, sino complementariamente. Para iluminar la
mañana y la tarde creó el Sol, y para alumbrar la noche pensó en la Luna. Así
pues, en un mundo tenebroso hasta entonces, empezó a haber vida, luz, orden,
tiempo, belleza... La vida era, lógicamente, pasajera, temporal,
pues el tiempo es la forma de vivir propia de las criaturas, así como la
eternidad es la forma de vivir propia del Creador.
Hace muchos siglos, unos sabios de Israel,
desde su fe, escribieron que la existencia del hombre es efímera y mortal: se parece a
la hierba del campo que por la mañana es verde y al llegar la tarde se seca.
Hoy sabemos que aquellos sabios hablaban de la vida con símbolos. Pero, como
decía Paul Ricoeur, “eso de los símbolos da mucho que pensar’’. Por eso hay
gente a la que le da por pensar sobre el sentido de la vida, que lo
entendemos mejor con símbolos e imágenes. Unos lo hacen desde la filosofía,
otros desde la ciencia. A otros les ocupa pensar y escribir desde la teología y
hoy hay quienes también exponen y dan conferencias sobre el sentido de la vida,
pero desde la ecología. Parece que sí, que el tema de la vida y el de su
sentido da para mucho.
Otro día, andando el tiempo, el Hijo de
Dios se hizo hombre y nos trajo a los humanos no la vida temporal, que ya
la teníamos, sino su vida, su propia vida. Una vida plena, abundante,
perdurable. En la primera carta que San Juan, el apóstol, escribe a aquellos
cristianos, les dice sin ambages: Aquél que es la Vida y había prometido darla
a los hombres, ya la ha dado por medio de su Hijo ahora. Esa Vida
está en el Hijo: quien tiene al Hijo tiene la Vida; quien no
tiene al Hijo no tiene la Vida plena, abundante, perdurable.
Esta vida también tiene su sentido.
Desde el primer siglo de nuestra era, o lo que es lo mismo, desde el
siglo 1 después de Cristo no ha faltado los que han entendido que el sentido
de su vida consiste en ir poniéndola y exponiéndola gratuitamente
por el bien de los otros. Esa es la belleza del amor que se manifiesta en
el don a los demás.
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