jueves, 4 de febrero de 2021

Vida con Sentido

 Por: Jesús Ma. Ruiz Irigoyen

Del sentido de la vida se viene hablando y escribiendo mucho, probablemente desde que hombres y mujeres empezaron a pensar. En nuestros tiempos, esta cuestión del sentido parece preocupar también como en épocas pasadas. Lo mismo que la Tierra gira alrededor del Sol y lo mismo que una rueda gira alrededor su eje, así también el sentido de la vida es una cuestión humana que va y vuelve, abordada desde diferentes puntos de vista. Algo tendrá el tema en cuestión cuando tan a menudo lo tratan unos y otros.

Según la Biblia, un día Dios creó el mundo. Creó también el tiempo al establecer que hubiera mañana, tarde y noche, no a la vez en los dos hemisferios, sino complementariamente. Para iluminar la mañana y la tarde creó el Sol, y para alumbrar la noche pensó en la Luna. Así pues, en un mundo tenebroso hasta entonces, empezó a haber vida, luz, orden, tiempo, belleza... La vida era, lógicamente, pasajera, temporal, pues el tiempo es la forma de vivir propia de las criaturas, así como la eternidad es la forma de vivir propia del Creador.

Hace muchos siglos, unos sabios de Israel, desde su fe, escribieron que la existencia del hombre es efímera y mortal: se parece a la hierba del campo que por la mañana es verde y al llegar la tarde se seca. Hoy sabemos que aquellos sabios hablaban de la vida con símbolos. Pero, como decía Paul Ricoeur, “eso de los símbolos da mucho que pensar’’. Por eso hay gente a la que le da por pensar sobre el sentido de la vida, que lo entendemos mejor con símbolos e imágenes. Unos lo hacen desde la filosofía, otros desde la ciencia. A otros les ocupa pensar y escribir desde la teología y hoy hay quienes también exponen y dan conferencias sobre el sentido de la vida, pero desde la ecología. Parece que sí, que el tema de la vida y el de su sentido da para mucho.

Otro día, andando el tiempo, el Hijo de Dios se hizo hombre y nos trajo a los humanos no la vida temporal, que ya la teníamos, sino su vida, su propia vida. Una vida plena, abundante, perdurable. En la primera carta que San Juan, el apóstol, escribe a aquellos cristianos, les dice sin ambages: Aquél que es la Vida y había prometido darla a los hombres, ya la ha dado por medio de su Hijo ahora. Esa Vida está en el Hijo: quien tiene al Hijo tiene la Vida; quien no tiene al Hijo no tiene la Vida plena, abundante, perdurable. Esta vida también tiene su sentido.

Desde el primer siglo de nuestra era, o lo que es lo mismo, desde el siglo 1 después de Cristo no ha faltado los que han entendido que el sentido de su vida consiste en ir poniéndola y exponiéndola gratuitamente por el bien de los otros. Esa es la belleza del amor que se manifiesta en el don a los demás.
















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