martes, 23 de junio de 2020

EL VOLUNTARIADO, PROMOTOR DE LA ESCUCHA

Por: Beatriz Amador


Con la rapidez con la que se vive hoy en día, en muchas ocasiones se olvida el valor de la escucha, en especial en momentos de crisis o sufrimiento: jamás será suficiente para señalar su importancia y su significado profundo; es maravillosa, sobresaliente.
Esto indica en un primer punto que es primordial para ayudar a todo ser que experimenta una etapa difícil de su existencia, y eso es extraordinario. Ahora, la pregunta es, ¿qué tiene de particular la escucha? Viéndola desde esa perspectiva, no es sólo una actitud, es también una aptitud, una habilidad, de las más necesarias en cualquier ámbito de la vida, es una cualidad capaz de transformar a la humanidad.


EL ARTE DE SABER ESCUCHAR

Saber escuchar es un arte. Es un acto, y no sólo un estado de inactividad. Es decir, para que se facilite es preciso que alguien hable y otro oír. Según la idea, requiere la asistencia de dos personas, una de las cuales hace la labor de hablar y transmitir, mientras la otra se entrega a la tarea de advertir con todo cuidado. Cabe señalar, que ésta es una cualidad de exteriorizar con presencia, empatía y palabras adecuadas, devolviendo al sujeto lo que expresa cabalmente o parafraseando, sin la finalidad de cambiar, añadir nada, ni tampoco efectuar cambios en su vivencia. Se debe agregar que este concepto se llama escucha activa o empática.
En concreto, posee la virtud de acoger al individuo, en sus temores y necesidades; al igual también de liberar aquello que amenaza su corazón en esos instantes de incertidumbre; en los que siente que lo entienden y atienden, le regalan momentos de armonía y paz a su alma. Ahora, se menciona, que quien es oyente ejercita el sentido del oído, al mismo tiempo atiende y aplica el intelecto para comprender lo que escucha. Por lo que exige además poner la voluntad y la intención a disposición del ser humano que se tiene enfrente. Es así, que la práctica continua de ésta, puede parecer como esa varita que da el toque de magia entre dos personas que son capaces de encontrarse íntimamente y generar salud.


APRENDER A ESCUCHAR

Escuchar, en cualquiera de los conceptos de este vocablo, supone no guiar, no aconsejar y no manipular. Todos estos signos se presentan al instante en que se oye, más no deben aparecer en la escucha. Hay que decir también que es acompañar sin obstaculizar. Además, se agrega que tiene un valor admirable y catártico al brindar la oportunidad de razonar en voz alta al compartir el problema con otro ser que está fuera de sí mismo. Oímos con los oídos, sin embargo, se escucha con los ojos, mente, corazón y espíritu.

En estas circunstancias el individuo puede sentir la necesidad de que lo comprendan, de una intimidad personal que a veces está cerrada al exterior, pero que el nivel de presión y conflicto implica la apertura y confianza al tercero, porque el hombre experimenta la dificultad de convivir consigo mismo. Simultáneamente, el sujeto vivencia la premura de hablar, de abrirse y ser aceptado por parte del que lo oye. Luego, se extiende el compromiso de acoger lo que el otro exponga. Cuando la escucha es positiva, se llega al final y se disipa la intensidad del problema.

Escuchar es estar pendiente de quien habla; se trata de poner atención al otro, de su ser y de su lenguaje verbal y comportamiento no verbal. El origen de ésta es el respeto profundo. La escucha activa implica comprender lo que se expresa y a quien lo dice. Además, es una de las formas de interrelacionarse más poderosas del ser humano. Al llegar a este punto, se acentúa que es esencial silenciar el propio ser.



                  
EL VOLUNTARIO, ARTÍFICE DE LA ESCUCHA

Indiscutiblemente, quien es oyente entrega su persona al otro, su interés por él es genuino. De esta forma, ofrece una caricia y reconoce la dignidad del que tiene delante de sí, interviene con todos los sentidos alrededor de una vida, anhelante de ser vista y dispuesto a continuar su propia existencia. Igualmente, se adentra en la bella aventura de encontrarse de verdad con los demás y… consigo mismo en su reflejo.

La escucha es de arte-sanos. Se restaura la comunicación entre las personas y recupera su poder rehabilitador. Con la palabra, el individuo destaca de los animales, aunque con el silencio se supera a sí mismo, si así entra en contacto consigo y con los demás. La escucha es la habilidad de abstenerse de demostrar con las palabras que no se tiene nada que decir.
Es la destreza de llevarse la experiencia ajena, única y secreta, sobre las espaldas del auténtico afecto.
Finalmente, es la capacidad de cultivar la humildad con relación a su juicio o percepción de la persona, la eventualidad de encontrar algo nuevo y dar brillo a lo sombrío, de surgir o resurgir en el otro, para que él vuelva o inicie a ser alguien. Al considerar lo previo, se hace énfasis a este enunciado de Carl Rogers: “Si un ser humano te escucha, estás salvado como persona”. Todo esto confirma que, el voluntario tiene un gran regalo en sus manos y en su ser el cual está en continuo crecimiento.

En definitiva, los voluntarios que ejercen está labor tienen un gran desafío, los cuales, a través de su mirada gratuita, novedosa y generosa, avivan el corazón de quien más solo se halla, y quizás menos afecto recibe y el cual a veces grita con esperanza de encontrar una comunicación eficaz en medio de relaciones frías. Con el propósito del servicio, el voluntario encarna de manera perceptible y real la gratuidad, el obsequio de una oportunidad de encuentro de luz mediante la opacidad de la vida. En efecto, cada vez existe una mayor suma de hombres y mujeres que dicen sí y descubren un regalo que desean dar a otros, un donativo de vuelta maravilloso.
En síntesis, diré que todo ser humano es capaz de dar sus talentos por el bien de los que más sufren y concretamente a través de escuchar activamente, la acogida y una consideración positiva que lo lleve a ser el mayor promotor de una relación de ayuda. El secreto está en ser un artesano que promueva la escucha.

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