Con
la rapidez con la que se vive hoy en día, en muchas ocasiones se olvida el
valor de la escucha, en especial en momentos de crisis o sufrimiento: jamás
será suficiente para señalar su importancia y su significado profundo; es
maravillosa, sobresaliente.
Esto
indica en un primer punto que es primordial para ayudar a todo ser que
experimenta una etapa difícil de su existencia, y eso es extraordinario. Ahora,
la pregunta es, ¿qué tiene de particular la escucha? Viéndola desde esa
perspectiva, no es sólo una actitud,
es también una aptitud, una habilidad, de las más necesarias en cualquier
ámbito de la vida, es una cualidad capaz de transformar a la humanidad.
EL ARTE DE SABER ESCUCHAR
Saber escuchar es
un arte. Es un acto, y no sólo un estado de inactividad. Es decir, para que se
facilite es preciso que alguien hable y otro oír. Según la idea, requiere la asistencia
de dos personas, una de las cuales hace la labor de hablar y transmitir,
mientras la otra se entrega a la tarea de advertir con todo cuidado. Cabe
señalar, que ésta es una cualidad de exteriorizar con presencia, empatía y palabras
adecuadas, devolviendo al sujeto lo que expresa cabalmente o parafraseando, sin
la finalidad de cambiar, añadir nada, ni tampoco efectuar cambios en su
vivencia. Se debe agregar que este concepto se llama escucha activa o empática.
En
concreto, posee la virtud de acoger al individuo, en sus temores y necesidades;
al igual también de liberar aquello que amenaza su corazón en esos instantes de
incertidumbre; en los que siente que lo entienden y atienden, le regalan momentos
de armonía y paz a su alma. Ahora, se menciona, que quien es oyente ejercita el
sentido del oído, al mismo tiempo atiende y aplica el intelecto para comprender
lo que escucha. Por lo que exige además poner la voluntad y la intención a
disposición del ser humano que se tiene enfrente. Es así, que la práctica
continua de ésta, puede parecer como esa varita que da el toque de magia entre
dos personas que son capaces de encontrarse íntimamente y generar salud.
APRENDER
A ESCUCHAR
Escuchar,
en cualquiera de los conceptos de este vocablo, supone no guiar, no aconsejar y
no manipular. Todos estos signos se presentan al instante en que se oye, más no
deben aparecer en la escucha. Hay que decir también que es acompañar sin obstaculizar.
Además, se agrega que tiene un valor admirable y catártico al brindar la
oportunidad de razonar en voz alta al compartir el problema con otro ser que
está fuera de sí mismo. Oímos con los oídos, sin embargo, se escucha con los
ojos, mente, corazón y espíritu.
En
estas circunstancias el individuo puede sentir la necesidad de que lo comprendan,
de una intimidad personal que a veces está cerrada al exterior, pero que el
nivel de presión y conflicto implica la apertura y confianza al tercero, porque
el hombre experimenta la dificultad de convivir consigo mismo. Simultáneamente,
el sujeto vivencia la premura de hablar, de abrirse y ser aceptado por parte
del que lo oye. Luego, se extiende el compromiso de acoger lo que el otro exponga.
Cuando la escucha es positiva, se llega al final y se disipa la intensidad del
problema.
Escuchar
es estar pendiente de quien habla; se trata de poner atención al otro, de su
ser y de su lenguaje verbal y comportamiento no verbal. El origen de ésta es el
respeto profundo. La escucha activa implica comprender lo que se expresa y a quien
lo dice. Además, es una de las formas de interrelacionarse más poderosas del
ser humano. Al llegar a este punto, se acentúa que es esencial silenciar el
propio ser.
EL
VOLUNTARIO, ARTÍFICE DE LA ESCUCHA
Indiscutiblemente,
quien es oyente entrega su persona al otro, su interés por él es genuino. De
esta forma, ofrece una caricia y reconoce la dignidad del que tiene delante de
sí, interviene con todos los sentidos alrededor de una vida, anhelante de ser
vista y dispuesto a continuar su propia existencia. Igualmente, se adentra en
la bella aventura de encontrarse de verdad con los demás y… consigo mismo en su
reflejo.
La
escucha es de arte-sanos. Se restaura la comunicación entre las personas y recupera
su poder rehabilitador. Con la palabra, el individuo destaca de los animales,
aunque con el silencio se supera a sí mismo, si así entra en contacto consigo y
con los demás. La escucha es la habilidad de abstenerse de demostrar con las
palabras que no se tiene nada que decir.
Es
la destreza de llevarse la experiencia ajena, única y secreta, sobre las
espaldas del auténtico afecto.
Finalmente,
es la capacidad de cultivar la humildad con relación a su juicio o percepción
de la persona, la eventualidad de encontrar algo nuevo y dar brillo a lo sombrío,
de surgir o resurgir en el otro, para que él vuelva o inicie a ser alguien. Al
considerar lo previo, se hace énfasis a este enunciado de Carl Rogers: “Si un ser humano te escucha, estás salvado
como persona”. Todo esto confirma que, el voluntario tiene un gran regalo
en sus manos y en su ser el cual está en continuo crecimiento.
En
definitiva, los voluntarios que ejercen está labor tienen un gran desafío, los
cuales, a través de su mirada gratuita, novedosa y generosa, avivan el corazón
de quien más solo se halla, y quizás menos afecto recibe y el cual a veces
grita con esperanza de encontrar una comunicación eficaz en medio de relaciones
frías. Con el propósito del servicio, el voluntario encarna de manera perceptible
y real la gratuidad, el obsequio de una oportunidad de encuentro de luz mediante
la opacidad de la vida. En efecto, cada vez existe una mayor suma de hombres y
mujeres que dicen sí y descubren un regalo que desean dar a otros, un donativo
de vuelta maravilloso.
En
síntesis, diré que todo ser humano es capaz de dar sus talentos por el bien de
los que más sufren y concretamente a través de escuchar activamente, la acogida
y una consideración positiva que lo lleve a ser el mayor promotor de una
relación de ayuda. El secreto está en ser un artesano que promueva la escucha.
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