viernes, 13 de noviembre de 2020

La mujer de hoy

 Por: Psic. Luz Teresa Millán Hernández

Los cambios que enfrentamos hoy en día las mujeres son monumentales. Cada vez somos más las que sentimos la inquietud de conocernos, despertar, crecer, tener un lugar en el mundo, luchar, prepararnos, hacer, soñar, amar, etc. Y cierto es que, poco a poco, vamos logrando y ganando algunas batallas gracias a grandes y pequeñas cosas de tantas y valientes mujeres que se están moviendo; todas vamos consiguiendo día a día que el mundo se dé cuenta de la importancia de nosotras al margen de nuestra capacidad para procrear. Intentamos llegar a ser plenas, desarrollando nuestro potencial y siguiendo algún sueño. Y para lograr el equilibrio buscamos guías espirituales que nos muestren el camino, grupos de crecimiento, leemos, pedimos, hablamos, meditamos, oramos… Cada que una mujer decide tomar el timón de tu vida, ofrece nuevas posibilidades y guía a otras mujeres a hacer lo mismo.

En mi propia búsqueda espiritual, muchos son los hallazgos que han marcado mi vida; talleres, retiros, maestros de vida, psicoterapia, libros, guías espirituales… pero sin duda la obra “Mujeres que corren con los lobos” la ha marcado de una manera contundente, completa y apasionante.

Su escritora, Clarissa Pinkola Estés, es doctora analista Junguiana, poetisa y narradora de cuentos. Hija de madre mexicana y padre español, es adoptada posteriormente por una familia húngara. A través de las tradiciones heredadas de su rica y vasta cultura, nos lleva a viajar con los mismos relatos infantiles que la acompañaron a ella en su niñez de las voces de abuelas, ancianas, tías y otras mujeres de su familia. De esta manera y a través del tiempo, empieza a dilucidar lo que ella llama “Naturaleza femenina en el arquetipo de la mujer salvaje” dándole forma a su auténtico rol y misteriosa complejidad. Cabe mencionar que la palabra “salvaje” en esta obra hace alusión a lo inocente, puro, original, sano y no contaminado.

Esta apasionante obra, es un viaje de reencuentro con nuestra espiritualidad que constituye un descubrimiento de la interioridad femenina a través del desarrollo y uso de la intuición. Haciendo un profundo análisis de una serie de cuentos que tienen la característica de actuar como medicina del alma, sobre el andar de la mujer por el mundo y el camino para alcanzar el “arquetipo de la mujer salvaje”; además de familiarizarnos con conceptos y símbolos que hacen referencia a lo que conforma la “esencia femenina”, alcanzamos una transformación del corazón que se lleva a cabo desde nuestro interior para conocernos desde nuestras raíces más profundas, reconectando con nuestra sabiduría natural y renaciendo como mujeres completas, leales y fieles a los dictados de la intuición.

Nuestra vida se entreteje de los momentos de nuestro caminar: la vida no es estática por mucho que nos empeñemos en que así sea, siempre está en movimiento y cada experiencia invita a la transformación como evolución y crecimiento, alimentamos el deseo de modelar nuestra propia vida y aprender a cuidar de nosotras mismas, anhelamos el reconocimiento frente a la invisibilidad impuesta por la cultura, la sociedad, la propia familia y la religión, este reconocimiento es una manera de gritar a los demás que estamos vivas y que queremos un lugar en el mundo. La invisibilidad es un factor común de tantas y tantas mujeres que trabajan a la sombra entregando su vida sin recibir valoración y reconocimiento.

Y así vivimos en dos mundos: el mundo de abajo, el interior, el personal, el espiritual, el secreto y el mundo de arriba, el exterior, el público, el “normal”. Lo que intuimos y sabemos en el mundo de abajo rara vez se acepta con simpatía en el mundo de arriba, este mundo exterior nos promete el calor del hogar si obedecemos los roles sociales que marca la cultura, exigiéndonos dejar a un lado nuestra “esencia salvaje”, nuestro verdadero ser so pena de ser exiliadas si desobedecemos la norma.  

El tema del exilio y exclusión es una profunda herida para quien lo vive y, sin embargo, tan muy común en nuestros días; exiliamos y excluimos a “la o el diferente”. La mujer conoce muy bien lo que significa esto, conoce muy bien lo que es el exilio. El precio que paga toda mujer por hablar, por decir “no”, por cuestionar, por ser diferente y por querer dejar el estereotipo que le impuso la norma, sin duda, será el exilio. Desde pequeñas se esperó de nosotras convertirnos en un tipo de mujer con cierto comportamiento, ciertos valores y hasta un tipo de belleza, todo esto contenido en un estereotipo muy direccionado a complacer y ser todo para todos sin importar si queremos o no; si estamos cansadas, si nos gusta, si tenemos sueños pendientes por alcanzar. Los sobresaltos en la familia no están permitidos, ¡qué barbaridad! eso jamás, eso, se castigará con el exilio y si por alguna razón se asomara nuestra “naturaleza salvaje”, la familia, la cultura, la sociedad y la religión no se detendrán para hacernos regresar a la norma y hacer de nosotras “mujeres sumisamente perfectas”.  A donde nuestra alma nos pide mirar; la cultura nos dirá, “vuélvete ciega, muda y sorda,” sufriendo desde la infancia una herida en nuestra fuerza “yóica”. Si pudiéramos contemplar nuestro corazón, veríamos el profundo anhelo de ser reconocidas y aceptadas con nuestras cualidades y limitaciones, esto, le conferiría vitalidad al alma, autoestima, sentido de merecimiento, identidad y alegría de vivir.

En nuestra psiquis, hay una parte ingenua que se deja seducir incluso por lo que sabemos que no nos conviene, pero también, está la intuición que es cautelosa y una fuerza que nos habla y ofrece la seguridad de estar haciendo lo correcto. A la intuición se la puede ver como amenazante, porque cuando la descubrimos dentro de nosotras, somos capaces de todo: poner límites, dejar una relación, dejar un hogar, un trabajo, buscar la soledad, perdonar y quebrantar, si lo vemos necesario, las normas que nos enseñaron. Esa fuerza femenina, dice Clarissa Pinkola, es la “loba” que lucha ferozmente por lo que merece vivir y suelta aquello que debe morir, justo lo que vamos a necesitar en este viaje espiritual de individuación. Para vivir en equilibrio con nuestra materia y nuestro espíritu, basta con aprender a observar la naturaleza respetando sus ciclos para respetar los nuestros que son los mismos. La base de la sabiduría femenina estriba en respetar los ciclos de gestación, vida y resurrección que ella define con el término de Vida/Muerte/Vida a lo largo de toda su obra.  

Desafortunadamente, la sabiduría de estos ciclos empieza a perderse desde que somos unas niñas. Toda esta esencia espiritual se empieza a empolvar y a borrar, hasta que olvidamos que tenemos una sabiduría interna que hemos aprendido en la profundidad de la vida. Hoy en día se sigue rechazando y reestructurando la naturaleza femenina, obligándola a adaptarse a modelos y estructuras artificiales para así terminar normalizando lo anormal.

Así, vivimos la vida sin grandes pretensiones porque no nos las permiten, trabajamos empujadas a movernos dentro y fuera de casa por motivos económicos, atendemos a nuestras familias y a los familiares ancianos, vigilamos la mayor parte de las tareas domésticas, nos relacionamos, nos enfrentamos a todo, muchas veces solas; sin embargo, tratamos de equilibrar los valores que nos marca el mundo con lo que nos dice nuestra intuición, nuestros talentos y nuestra sabiduría y a pesar de los obstáculos luchamos con inteligencia, corazón y creatividad por llegar a ser lo que ya sabemos que hemos de ser.

“Todos sentimos el anhelo de lo salvaje. Y este anhelo tiene muy pocos antídotos culturalmente aceptados. Nos han enseñado a avergonzarnos de este deseo. Nos hemos dejado el cabello largo y con él ocultamos nuestros sentimientos. Pero la sombra de la Mujer Salvaje acecha todavía a nuestra espalda de día y de noche. Dondequiera que estemos, la sombra que trota detrás de nosotras tiene sin duda cuatro patas” (Clarisa Pinkola Estés).

Entonces, el único camino que nos queda es recurrir a nuestras propias fuerzas y confiar en Dios; Dios nos dio la intuición… ya somos criaturas plenas y necesitamos recordarlo, recordar nuestros dones (inteligencia, capacidad de juicio, decisión, resolutiva, con iniciativa, fuerte, perseverante, intuitiva, amorosa, que perdona, solidaria, espiritual...) Un día, comenzamos a darnos cuenta de que la vida es mucho más que aquello que siempre han esperado de nosotras y hacemos, conscientes de nuestros deseos que se hallan atrás de los límites establecidos, todo esto, a través de una serie de señales que no podemos fingir no ver: revisamos el ayer y éste deja de atraernos, no nos gusta nuestro presente, nuestras creencias sobre la vida y sobre nosotras ya no tienen peso, aparece el caos y las voces internas todas con mensajes diferentes, la rutina repitiendo una cosa indefinidamente cansa, ya no queremos seguir diciendo sí, seguido de otro y otro a lo que siempre hemos dicho “SÍ”, ¡la posibilidad del “NO” aparece! deseamos dejar de ser lo que el mundo cree que debemos ser, nos preguntamos ¿quién soy, que no soy como era?, ¿qué quiero?, ¿a dónde voy?,¿qué quiere Dios en realidad?, ¿qué mujer quiero ser? he sido una buena hija, una buena esposa, una buena madre, una buena ama de casa, una buena profesionista, he seguido siempre las normas de otro... Parece ser que lo único que no he sido es: “ser yo misma”.

“Se trata de un descubrimiento que nos afecta a todas en algún momento de nuestra vida, tal vez no sea agradable, pero saben a vida, se trata de un momento sencillo pero solemne; es el tiempo de la pascua, algo muere y algo comienza a existir” (Joan Chittister). El Centro San Camilo A.C. en su oferta educativa ofrece este viaje espiritual de individuación del corazón en un taller de desarrollo personal femenino basado en el libro: “Mujeres que corren con los lobos”.




sábado, 7 de noviembre de 2020

Acompañamiento en el duelo


Por: Mtro. Arturo Salcedo Palacios


A continuación, mencionamos algunas etapas en el proceso de duelo:

 Nos enfermamos físicamente

Muchas veces, un síntoma que manifiesta la pérdida o el duelo es el dolor físico o una enfermedad específica; es decir, somatizamos nuestro estado de ánimo. Algunas de las sensaciones corporales más comunes son náuseas, palpitaciones, opresión en la garganta, dolor en la nuca o en la cabeza; nudo en el estómago, pérdida del apetito, insomnio o dormir de más; fatiga, sensación de falta de aire, punzadas en el pecho, pérdida de fuerzas, dolor de espalda o cuello, hipersensibilidad al ruido, visión borrosa...

Existe una relación estrecha entre la enfermedad y la forma en que vivimos el duelo. A menos que alguien la ayude a superar sus problemas emocionales, como un «cuidador» –un buen amigo, un familiar, un grupo de apoyo–, probablemente continuará físicamente enferma. La medicina difícilmente será la solución, cuando lo que duele es el alma. En este contexto de dolor físico, los fármacos aparentemente hacen efecto por un tiempo, pero el síntoma regresa y regresa. Biológicamente no hay diagnóstico, pero estamos enfermos: es una forma de esconder la hostilidad, la culpa, el coraje y los resentimientos causados por el duelo.

Es necesario revisar lo que nos sucede, canalizarlo y recurrir a la persona apropiada o a un grupo de apoyo que nos ayude a reencontrar el sentido de nuestra vida. La Sra. García debe ser ayudada a entender el origen de sus males y, sobre todo, debe ser apoyada para trabajar sus sentimientos de pérdida.

 

Podemos sentirnos muy asustados

Es posible sentir mucho miedo, debido a que no podemos pensar en otra cosa que no sea la pérdida, y sentirnos atrapados en el miedo al futuro: cómo continuar sin lo perdido. Esto nos resta efectividad en todo lo que hacemos y, hasta cierto punto, nos paraliza. Nuestro trabajo lo resiente y dejamos de ser productivos, incluso podemos preguntarnos sobre nuestra salud mental, porque lo que estamos viviendo afecta nuestra capacidad de concentración; cuando la gente nos pregunta algo, no lo registramos y normalmente la respuesta es: «¿qué dijiste?»

 

Pasa por nuestra mente cantidad de pensamientos desagradables que nos distrae de nuestra realidad, aunque debemos saber que la dificultad de concentración y el estar nuestra mente fija en lo que perdimos más que en el ‘aquí’ y ‘ahora’, es parte natural del proceso, sobre todo al inicio del duelo, hasta que, poco a poco, vamos reasumiendo nuestras actividades cotidianas, aceptando que lo perdido ya no está, que se fue para siempre; sobre todo en el caso de la muerte de un ser querido o un divorcio.

 

En esta etapa, lo importante es darnos cuenta que los miedos son parte de la crisis y no asustarnos gratuitamente de sentirnos como nos sentimos; no debemos permitir que el miedo a lo desconocido se convierta en pánico. No debe sorprendernos el hecho de estar viviendo algo que, quizás, nunca habíamos experimentado, y que ello nos provoque desesperación interior. Incluso sentir que nos volvemos locos es una de las trampas que el duelo hace aparecer en nuestra mente.

 

Para avanzar en nuestro proceso, debemos estar muy abiertos a las relaciones humanas: amigos, familia, «cuidador»; incluso a relaciones nuevas y diferentes, como los grupos de terapia donde encontraremos personas que están «en el mismo barco», viviendo la misma experiencia que nosotros. Aunque la tentación sea encerrarnos y quedarnos solos, debemos hacer un esfuerzo por movernos, avanzando en nuestro duelo; lo mismo debemos hacer con los malos pensamientos: no aceptarlos pasivamente, sino intentar cambiarlos en nuevas ideas, más sanas y positivas. No se vale quedarnos nada más revolcándonos en nuestra melancolía, en nuestra tristeza y abatimiento.

 

Sentimiento de culpa

Al hablar del sentimiento de culpa, lo primero que necesitamos hacer es aprender a distinguir entre la culpa normal y la culpa neurótica. La primera es cuando hemos sido negligentes o hacemos algo que transgrede los valores de nuestra sociedad, nuestra familia o nuestra religión. La segunda es cuando experimentamos una culpa desproporcionada o inventada.

Cuando sufrimos la muerte de un ser querido y sabemos que en vida nos equivocamos con él o ella, que dejamos de hacer cosas que estaban a nuestro alcance para mejorar nuestra relación, que nuestras actitudes lastimaron a tal persona; que fuimos injustos, peleamos y ofendimos, es natural sentir una culpa real y arrepentirse por lo sucedido. «Sé que he pecado de pensamiento, palabra, obra u omisión» y trato de abrirme a la gracia de Dios, mediante la oración y la Confesión, después de un genuino arrepentimiento y aceptando su perdón, que me lleva a una honesta reconciliación.

Si, por el contrario, agrando el hecho y lo distorsiono, y se convierte en algo inmanejable, ya hablamos de una culpa neurótica. Por ejemplo:

La culpa neurótica nos engancha con una situación desproporcionada, fuera de lo real, y la convierte en algo que nadie nos puede perdonar, ni Dios. Necesitamos hablarlo con alguien que nos ayude a entender nuestros límites como seres humanos. Tal culpa no es más que un mecanismo de evasión que nos bloquea en nuestro proceso de duelo. Algo similar sucede con las blasfemias: al cegarnos por la ira del dolor, inventamos un Dios injusto, cruel, que no existe y, al reaccionar de nuestra pelea con Él, normalmente nos sentimos miserables, ruines, sin redención, lo que da lugar a una especia de autolinchamiento nada sano y con un costo emocional muy alto, que conlleva mucho sufrimiento inútil caracterizado por una angustia, una congoja, una aflicción y un dolor que nos enferman con los síntomas físicos ya referidos.

 



Ideas tomadas de Good Grief, de Granger Westberg.