El duelo por la
muerte de un ser querido
La muerte ha siempre existido y,
consecuentemente, también el duelo por el fallecimiento de un ser querido. El
duelo no se puede evitar, como tampoco se puede evitar la muerte.
El duelo es un fenómeno natural que,
sin embargo, actualmente en nuestra sociedad, está adquiriendo características
particulares que lo convierten en uno de los momentos más dolorosos y difíciles
de sobrellevar. Si las personas y familias no encuentran un apoyo – una red de
solidaridad – el duelo corre el riesgo de convertirse en “patológico” con toda
una serie de secuelas que lo van complicando más, entre ellas la depresión.
La vida contemporánea ha hecho
desaparecer los rituales de duelo y lo que algunos autores llaman la “falta la
socialización”, deja a los deudos en una situación de soledad existencial, sin
el apoyo de una comunidad que esté cercana, apoye y ayude.
Los cambios profundos han ocasionado
en la familia y en sus relaciones, familias ausentes o disfuncionales, la
transformación de las relaciones comunitarias en relaciones funcionales,
impersonales y frías, provocando una mayor soledad existencial. En este
contexto, el momento del duelo se trasforma en un drama del cual la persona a
menudo no puede salir.
La pérdida del sentido cristiano de
la vida y de la vivencia de fe – un indicador de este fenómeno es la escasa
reflexión, incluso en los ambientes religiosos, sobre las “realidades últimas”
– conlleva que para muchas personas la comunidad cristiana no representa un
ámbito de identificación y no encuentra en ella un lugar de apoyo.
El impacto de fenómenos naturales,
las tragedias laborales, los accidentes automovilísticos –eventos que ocasionan
muertes súbitas y trágicas – provocan duelos difíciles de manejar.
También en nuestra Ciudad y Estado se
van multiplicando las muertes por violencia- homicidio, secuestro, desaparición
- y el aumento en el número de suicidios, nos ponen en contacto con muchas
personas incapaces, sin una ayuda calificada, de retomar su vida cotidiana.
Por ello, se debe de organizar – a
nivel de sociedad civil y de comunidades religiosas – una nueva red de
solidaridad para ofrecer un acompañamiento que ayude a sanar el dolor que
ocasiona la pérdida de un ser querido.
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