La pandemia nos ha traído dos velocidades: la de la vida pública, nunca en la historia tan veloz para la ciencia, y la de la vida privada, nunca tan lenta
Del brote global de SARS (Síndrome Agudo
Respiratorio Severo) en 2003 pasaron seis años para que la ciencia encontrara
el origen de la epidemia que pasó de los murciélagos a los humanos; once años
después, en el brote global de Ébola en 2014, pasó un año para que la ciencia
respondiera a muchas de las preguntas que surgieron en ese momento. El caso del
coronavirus es único para la ciencia porque se analiza su origen en tiempo
real, la dispersión, proyecciones, por parte de los virólogos, sumado al
trabajo de los epidemiólogos que analizan los índices de mortalidad, la
prevalencia de la enfermedad y la tasa de dispersión. Que todo esté ocurriendo
en tiempo real –las noticias, las entrevistas de los gobernantes que han negado
la pandemia y sus protocolos como Trump, Bolsonaro y López Obrador, los videos
de los vecinos aplaudiendo desde los balcones de sus casas en Madrid, los
videos conmovedores, los tuits deprimentes, los chats en sus momentos
delirantes, y el arduo trabajo de los científicos e investigadores– no es poca
cosa, esta velocidad vertiginosa tiene connotaciones importantes en el
presente: la rapidez que supone en la vida pública y la desaceleración en lo
privado.
En tiempos en los que la información viaja en
cuestión de segundos de un extremo a otro del planeta, desde el punto de vista
de la ciencia, los muestreos, los análisis y las proyecciones de la pandemia
están ocurriendo, por primera vez, en tiempo real. Y esta velocidad supone, a
diferencia de las epidemias pasadas, que en esta ocasión las investigaciones se
reflejan en la realidad. Supone, por ejemplo, que se prueben las primeras
vacunas durante el desarrollo de la pandemia. Qué antiguo parece todo el tiempo
antes del coronavirus hace dos, tres semanas. A la vez la cantidad de temas que
ha eclipsado, como el hecho de que sigue habiendo 10 feminicidios diariamente
en México. En ese tiempo anterior al coronavirus, en las epidemias pasadas, la
ciencia tenía protagonistas, nombres y apellidos que eran reconocidos. Si algo
cambia la rapidez con la que viaja la información, y si algo implica el que
todo ocurra en tiempo real, es que al no haber protagonistas hay una visión de
unidad y solidaridad entre los científicos. Y esto revela a la pandemia no sólo
como tema de salud, sino también como fenómeno social. Esto no tiene
precedentes. Los equipos de científicos trabajan en todas partes del mundo para
reportar a la OMS los resultados de sus investigaciones, y no es el
reconocimiento, sino el compartir datos lo más rápido posible con otros equipos
de trabajo en otras partes del mundo para poder proporcionar datos relevantes
para los Gobiernos y la OMS. Lo mismo ocurre en hospitales, centros de salud y
el cuerpo de enfermería: no hay protagonistas, no hay nombres y apellidos,
todos están en servicio de la salud y de la gente. Sin duda, lo más importante
de esta velocidad vertiginosa en la vida pública donde el frente de todos es el
bien común.
Equipos de virólogos y epidemiólogos han tenido
jornadas rebasadas en las últimas semanas. Un tema importante: la OMS ha
contactado a varios centros de investigación alrededor del mundo, entre ellos a
la Universidad de Oxford en Inglaterra, para que se establezcan lineamientos y
protocolos para estandarizarlos a nivel global. Los centros que informan a la
OMS tienen una importancia crucial hoy, los resultados de las colaboraciones
entre investigadores de varios países son compartidos. Un tema importante para
Latinoamérica: La Universidad de Oxford es parte de un proyecto que trabaja con
investigadores y el sector público para entender cómo se comporta el virus en
su entrada a Latinoamérica antes de que se dé el pico. A la Dra. Marina
Escalera Zamudio (Leverhulme Trust ECR Fellow University of Oxford), parte del
equipo, en contacto con las autoridades e investigadores en México, le parece
urgente “que haya una respuesta estandarizada en Latinoamérica, que haya una
inversión consistente en la investigación de la ciencia y un fondo económico
para absorber la crisis”. Sugiere no hacer caso de las discrepancias entre
López Obrador y la Secretaría de Salud e ir directamente a las fuentes
confiables, como la página oficial de la Secretaría de Salud, donde se concentra
el resultado de muchos de los centros que hoy trabajan en conjunto: “Una cosa
es un presidente y otra es el sector salud, pero las decisiones epidemiológicas
van más allá de cualquier presidente. Este es uno de los problemas. Pero
también está la falta de información, la dispersión de información falsa, la
politización, y que los gobernantes desacrediten a la ciencia y a la medicina
porque eso produce falta de confianza en la gente. Por otro lado, no dan un
peso para las investigaciones y quieren respuestas inmediatas”. En México,
menos del 0.5% del PIB estaba destinado al estudio de la ciencia y el Gobierno
de López Obrador lo recortó a la mitad.
Es interesante ver cómo mientras más veloz corre la
vida pública, nuestra vida diaria va en una velocidad contraria, como nunca
antes se ha desacelerado nuestra vida cotidiana. La suspensión de colegios,
universidades, el cierre de oficinas, algunos negocios y restaurantes ha
cambiado el ritmo de las ciudades. El coronavirus nos ha traído dos
velocidades: la de la vida pública –nunca antes en la historia tan veloz para
la ciencia, por fortuna–, y la de la vida privada –nunca antes, en tiempos del
capitalismo, tan lenta. Desacelerada de golpe. Desde adolescente, no he hablado
tanto por teléfono como en estos días con mis amigas y amigos. Los que
trabajamos y tratamos de hacer lo más posible desde casa, tenemos tiempo para
cocinar, algunos hemos tenido tiempo para ver una película que desde hace meses
queríamos ver, tenemos tiempo para leer, para convivir en casa, para tomar un
baño más largo de lo normal. O de pasar un rato comiendo sopa de tomate en casa
de un amigo querido como el acto más sanador. Se desacelera, por primera vez,
el ritmo que pauta el capitalismo. Ambos cambios de velocidades en la vida
pública y la privada son históricos. Es verdad que la desaceleración supone un
impacto económico, esta situación también ha desmantelado el sistema
capitalista en el que vivimos: nos ha obligado a cuestionar la justicia en las
estructuras de trabajo. El lugar que tienen los más vulnerables en este sistema
capitalista, patriarcal y racista, como los trabajos informales, el muy
importante goce de sueldo de las trabajadoras del hogar durante la cuarentena,
el tema del control del virus en los penales, cómo proteger a los asilos de
ancianos, acaso los espacios más vulnerables de todos. Qué acciones tomar ante
la violencia en contra de mujeres que deben convivir con sus agresores o
menores de edad que están expuestos a la violencia doméstica. Por otro lado,
esta desaceleración también ha descubierto la solidaridad entre grupos que
antes no se encontraban. Ha cambiado un paradigma en la cultura, como la
cantidad de museos, ferias de arte, galerías, catálogos editoriales, archivos
de películas, espacios como filarmónicas, conciertos que hoy están disponibles
en línea, por primera vez, para todos. En línea horizontal, lo que antes era
posible mediante recursos y viajes, es hoy accesible en internet. Gente a la
que seguimos en redes sociales, la vemos hoy en calcetines con sus mascotas.
Hace poco, el filósofo Žižek dijo: “Pero tal vez otro –y más beneficioso– virus
ideológico se expandirá y tal vez nos infecte: el virus de pensar en una
sociedad alternativa, una sociedad más allá de la nación-estado, una sociedad
que se actualice como solidaridad global y cooperación”. Pues si en algo se
cruzan ambas velocidades, la vertiginosa y la lenta, es que nos orilla a dejar
de ser egoístas y a actuar en función de un sentido comunitario. Nada de esto
es por el bien personal, sino por el bienestar social.
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