Por: Pbro. Silvio Marinelli
La muerte era uno de los temas
“tradicionales” en los ejercicios cuaresmales, en las meditaciones y
reflexiones. En las últimas décadas se ha puesto en la sombra. La pandemia del
CO VID19 nos obliga a pensar en la muerte. Queremos hacerlo desde una mirada de
fe.
Tenemos un deseo de
realización-felicidad «plena» y «eterna». Experimentamos nuestra existencia
como una realidad “penúltima”.
¿Habrá un cumplimiento pleno,
definitivo y permanente?
La fe cristiana da una respuesta:
la promesa del cumplimiento pleno y definitivo en Dios.
Según la visión cristiana la
muerte es paso… y cumplimiento. Esta convicción nace de la fe que
nos asegura que la historia está orientada hacia un fin “bueno”, en Dios. La fe
cristiana no espera “una u otra cosa”, sino confía en una definitiva comunión
con Dios y con los hermanos. La fe permite la esperanza y rescata también las
experiencias de los que sufren, los débiles, los derrotados, los ancianos, los
que “ya” han muerto.
Ésta es nuestra esperanza: un
Dios que “regala” nuevas posibilidades, rescata de la desesperanza,
protege de la frustración y de la resignación. Un futuro meramente histórico no
es suficiente. La esperanza va más allá: don, regalo. “El amor nunca
fallará” (1 Cor 13,8): sabemos – por fe - que nuestro amor no será
olvidado, ni perdido, sino que será introducido en el futuro de Dios.
La resurrección de Jesús es fundamento y núcleo de toda
esperanza cristiana
“Si Cristo
no ha resucitado, su fe es falsa; todavía están en sus pecados. … Si hemos esperado
en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos
de lástima. … Si por motivos humanos luché …, ¿de qué me aprovecha? Si los
muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos” (1
Cor 15, 17.19.32).
El futuro esperado ha ya tenido
un inicio, una anticipación, una primera manifestación. Con la resurrección de
Jesús ha iniciado a realizarse el futuro pleno y definitivo de Dios. El futuro,
con la resurrección de Jesucristo, ya se ha realizado y está realizándose. En
la resurrección de Jesús está anticipado nuestro futuro.
La meta de nuestra esperanza es,
para todos nosotros, la comunión con el Señor resucitado: su muerte y
resurrección, porque son “modelo”, “paradigma” de la iniciativa de Dios
y “primicia” de la nueva realidad. En la resurrección de Jesús está
contenida una promesa para todos: la vida plena, eterna y feliz.
Si uno “es” (“vive”) en Cristo,
en él ha ya empezado la nueva creación: “De modo que, si alguno está en Cristo, es nueva
criatura; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas” (2 Cor 5,17).
La fuerza de la resurrección está
ya actuando en nosotros, en el gozo, en el amor, en la esperanza,
en la voluntad y la capacidad de seguimiento. La realidad
“penúltima” de la historia debe de ser “conformada”, “estructurada”,
“moldeada”, orientándola hacia la realidad última, que el ser humano no
puede construir por su cuenta, sino que recibirá por parte de Dios.
“Puesto que ustedes han
resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo,
sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo,
no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo
en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vida de ustedes, entonces también
ustedes, se manifestarán gloriosos juntamente con él” (Col 3, 1-3)
En el bautismo hemos ya sido
resucitados: “Pero Dios, que es
rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando
estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo
(por gracia han sido salvados), y con Él nos resucitó, y con Él nos
sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús”. “Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que
habremos de ser. Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a
Él porque le veremos como Él es” (1 Jn 3,2).
Se puede concluir que, no en la
muerte, sino en la vida, el ser humano debe alcanzar la madurez del amor, para
ser un “recipiente” apto para acoger las promesas de Dios. Quien espera
en un futuro eterno y feliz, no se queda inactivo; la espera nos hace
dinamizadores del futuro esperado como don. El hombre hace experiencia de que,
la historia y el mundo (con su esfuerzo) son “también” hermosos,
justos y pueden darnos felicidad.
Él puede cultivar una esperanza
“última”: “Las cosas que ojo no
vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre, son las cosas que Dios
ha preparado para los que lo aman” (1 Cor 2, 9)
Jesús muere con una certeza: “todo
está cumplido”: sólo tiene treinta años más o menos y, a pesar
de esto, todo está cumplido: TIENE LA CERTEZA DE HABER HECHO LO QUE DEBÍA
HACER, DE HABER CUMPLIDO CON SU MISIÓN: DAR SU VIDA PARA LOS DEMÁS.
Nuestra persona debe convertirse
en signo de la presencia de Dios – amor en la historia. Nuestros
pensamientos, emociones, deseos y corporeidad están llamados a ser “SACRAMENTO
DE AMOR”.
El cuerpo del bautizado es el
nuevo “templo” en el cual se celebra el nuevo “culto” y se ofrece el sacrificio
de la nueva alianza. A partir de la Encarnación y de la Pascua, no se trata ya
más de ofrecer en sacrificio cualquier cosa afuera de nosotros, sino nosotros
mismos. Éste es el sacerdocio de todos los creyentes.
San Camilo solía decir a
sus religiosos que estuvieran contentos y agradecidos, porque el Señor les
había reservado el “plato fuerte” de la caridad (no las botanas o el
pastel). Todo el ministerio de Jesús puede resumirse como una opción radical en
favor de la vida, y nosotros estamos llamados a seguirlo.
¿Qué ves en la
cruz? Podemos ver: sufrimiento, sangre derramada, injusticia, mentira y
suplicio, leño duro … Mira, ¡cuánto sufrió Jesús!
Mira, ¡cuánto amó Jesús!
No es el
sufrimiento lo que nos salva, es Jesús con su actitud de amor, de
fidelidad a su proyecto: una vida para los demás… en comunión con su Padre.
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