Generalidades de la Relación de Ayuda
Victoria Molina / Psicoterapeuta
El Counseling no es asesoría
El término “Relación de Ayuda” es
utilizado como una traducción de la palabra “Counseling”, sabiendo que, en
realidad, no corresponde al significado literal, ya que éste sería el de
“asesoramiento, consejería”; conceptos que podrían resultar equívocos cuando
nos referimos al verdadero sentido de la relación de ayuda.
El fundamento que sustenta toda
Relación de Ayuda debe ser una visión positiva de las capacidades de la persona
para crecer y afrontar positivamente sus conflictos La Relación de Ayuda, pues,
es una experiencia humana privilegiada que ofrece el marco adecuado para
facilitar el desarrollo de las capacidades bloqueadas.
Partiendo de estas bases, la
Relación de Ayuda considera que el ‘ayudado’ no es débil mentalmente, carente
de recursos o enfermo. En esta relación, tampoco el ‘ayudante’ es “el experto
que todo lo sabe”. Por el contrario, a los ayudados se les considera como individuos
capaces y con los recursos personales suficientes para funcionar como personas
autónomas; el ayudante sólo es la persona facilitadora y estimuladora del
proceso de desarrollo y cambio. Por esto mismo, no es de nuestro agrado
mencionar que ‘ayudamos’ al otro, sino que ‘caminamos juntos’ hacia un
objetivo, le acompañamos en un proceso de crecimiento.
Una visión positiva
Y ¿cómo se logra hacer ese
acompañamiento del que hablamos? Pues la respuesta es fácil: con la preparación
adecuada. Como todo oficio o profesión, la RdA requiere de conocimientos y
habilidades para poderse llevar a cabo de manera apropiada y eficaz. En la
actualidad, en muchos países el Counseling ya se considera una profesión,
maestría o especialidad; otros también la ofrecen como curso o diplomado. El
nombre o título no es tan importante como el resultado de la capacidad
adquirida para llevar a cabo tan delicada tarea; recordemos que no sólo se
trabaja con seres humanos, además, estas personas se encuentran vulnerables por
estar atravesando momentos difíciles en sus vidas, situación que les hace
sufrir.
La metodología de la RdA se basa,
primordialmente, en el respeto a la persona humana, ya que es ella la que mejor
conoce su mundo y el camino por dónde debe conducirse la resolución de su
problema. El individuo percibe el mundo que le rodea de un modo singular y
único; estas percepciones constituyen su realidad; por lo mismo, el proceso se
lleva a cabo promoviendo el “autoconocimiento”.
No se percibe a las personas como
enfermas o sanas, normales o anormales; al contrario, se les contempla a la luz
de sus capacidades para percibir la realidad de sus situaciones. A tal efecto,
Rogers propone el término “congruencia” como el grado de equilibrio que impera
entre la experiencia, la comunicación y la
conciencia. Un grado alto de congruencia implica que la comunicación (lo que se
expresa), la experiencia (lo que ocurre) y la conciencia (lo que se percibe) son
prácticamente iguales. La incongruencia, por tanto, ocurre cuando hay diferencias
entre la experiencia, la conciencia y la comunicación. En otras palabras, la incongruencia
es la incapacidad de percibir con precisión, o la incapacidad o renuencia a
comunicarse sobre la base de la realidad.
La incongruencia puede manifestarse
en forma de tensión, angustia, desorientación, confusión, etc. Sin embargo, las
emociones, las ideas o las
preocupaciones conflictivas no
constituyen por sí mismas síntomas de incongruencia. De hecho, se trata de
fenómenos mentales propios de la gente sana y normal. La incongruencia se
manifiesta cuando el individuo no tiene conciencia de estos conflictos, no los
comprende, y por lo mismo no puede resolverlos o equilibrarlos. La persona
congruente funciona a un alto nivel; abierta a la experiencia y no a la
defensa, tal persona observa a la gente y a las cosas de forma precisa, se
lleva bien con los demás y tiene un alto nivel de autoestima. El objetivo de
una persona sana es el crecimiento en autoactualización.
Relación que “facilita”
Como se mencionó, la RdA busca
que la persona que sufre encuentre sus propios recursos y fortalezas para
superar, de la mejor manera posible, la situación adversa que vive (sus
incongruencias), mediante un proceso de crecimiento que le lleve a lograr mayor
autonomía. Para llevar a cabo dicho proceso, será necesario un clima relacional
estimulador que facilite esa tarea, y éste será el trabajo del
ayudante/facilitador/counselor.
El ayudante debe ser capaz de
crear un ambiente de calidez, apertura, libertad, seguridad, comprensión y
confianza, mediante óptimas habilidades de escucha, observación y comunicación.
Estas habilidades, que aparentemente parecen sencillas, son bastante complejas;
cualquiera puede escuchar y contestar, pero no cualquiera sabe escuchar adecuadamente
para poder dar la respuesta correcta que logre estimular los recursos del
interlocutor. Por lo que todos estos temas deben estudiarse a fondo y
desarrollarse a plenitud si se pretende efectuar una verdadera ayuda.
Aunque el ayudado posee la llave
de su recuperación, el ayudante debe reunir ciertas cualidades personales,
además de sus herramientas profesionales, que permitan al ayudado aprender a
utilizar dicha llave. Rogers resume estas cualidades en tres actitudes básicas
que serán indispensables para todo buen ayudante/facilitador: la empatía
verdadera, la consideración positiva (aceptación incondicional de la persona en
su totalidad y la autenticidad).
Algunos aspectos de
la metodología de RdA
pueden aprenderse fácilmente,
sin embargo, las características personales que deben reunirse para
ejercerla con eficacia, no se asimilan con la misma facilidad. En concreto, la
capacidad de servir a otro ser humano – esto es, alentar empatía hacia el
sufrimiento de éste y confiar en su crecimiento personal – es un requisito que
no todos pueden cumplir. Para concluir,
resumimos algunos de los pensamientos centrales de la RdA.
Es un tipo de relación
igualitaria, de acompañamiento, en la que la persona ayudada es la que decide
el rumbo que ha de tomar el proceso, a fin de resolver sus propios dilemas con
una intervención precisa – no directiva – por parte del ayudante.
El enfoque – centro – de la
relación será siempre la persona que necesita la ayuda. Confiamos en que la
persona tiene en su interior la capacidad,
al menos latente, de entender los factores de su vida
que le acarrean desdichas y penas, así como de reorganizarse de tal forma que
pueda superarlos.
Sabemos que la persona en proceso
– es decir, el humano sujeto a un cambio incesante – es un individuo que
funciona plenamente. Al gozar de libertad para responder y experimentar sus
propias respuestas a las diferentes situaciones, dicha persona dirige sus
energías a una autoactualización
constante.
Una buena RdA es una relación que
depende, en gran parte, de la salud mental del ayudante, lo cual contribuye a
propiciar el crecimiento de la salud mental en el ayudado. Por tanto, uno de
los puntos de partida para llevar a cabo esta disciplina, será el haber logrado
el mayor grado de ‘congruencia’ en nosotros mismos.
Estamos conscientes de que ayudar
no es sólo un acto de buena voluntad, sino una actividad muy seria que requiere
una preparación adecuada.
Aplicar correctamente la RdA
puede proporcionar una nueva filosofía de vida que brinda mayor autoconocimiento
y autoaceptación que deriven en alta congruencia, misma que facilita las
relaciones interpersonales de calidad.
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