domingo, 29 de marzo de 2020

Cara a cara con la muerte: Cómo dar la noticia que el mundo no quiere escuchar


Leonardo Lugaresi 
(En “Settimo cielo” 30 marzo 2020)
… El mundo de hoy está realmente en manos de una angustia de muerte. La pandemia del Covid-19 que está aterrorizando a todos no es la primera causa de muerte y probablemente no lo será en el futuro, a pesar de su temido desarrollo. En nuestro planeta, los hombres mueren más por mil otras razones, cada año por decenas y decenas de millones. Esto no nos angustia porque se trata, por así decir, de la muerte de otros. […]
La muerte por el coronavirus, por el contrario, es nuestra muerte. La que en cualquier momento y a pesar de toda precaución, podría tocarme y también a ti. El virus invisible y ubicuo hace realidad, como posibilidad universal, la inminencia constante de mi muerte. Es decir, precisamente lo que la modernidad ha pretendido excluir sistemáticamente del propio horizonte.
Lo que es insoportable para nosotros los modernos es, efectivamente, la condición de sustancial paralización en la que nos hemos descubierto de un día para otro. El recurrir instintiva y habitualmente a la metáfora de la guerra para representar la actual condición de la humanidad revela también nuestra necesidad inconsciente de tener las armas en la mano. Las que probablemente tendremos, quizás en un futuro próximo, pero no ahora.
Sin embargo, esta condición, aunque aborrecida por la modernidad, pertenece esencialmente a la vida humana en su relación con la muerte, y esto debe decirse también. El punto, hoy como ayer y siempre, es que el hombre está inerme frente a la muerte, ante todo porque no está en condiciones de pensarla. La máxima atribuida a La Rochefoucauld: “Hay dos cosas que no se pueden mirar fijamente, el sol y la muerte”, corresponde a una evidencia tan elemental que cualquiera podría haberla pronunciado en cualquier época. En sí misma, la muerte es impensable. Naturalmente, se pueden pensar infinitas cosas en torno a ella... pero no se puede pensar la muerte. Y en este colapso del pensamiento humano, el sujeto moderno falla. Por eso tiene la absoluta necesidad de admitirla en su horizonte sólo como muerte de los otros.
¿La Iglesia tiene una palabra para decir sobre la muerte? Sí que la tiene, y es la única en tenerla porque la ha recibido de Cristo, quien es el único que está en condiciones de pronunciarla, porque es el único que sabe qué es la muerte, por haberla sufrido y por haberla vencido.
Pero esta palabra única es también una palabra dura que el mundo moderno no quiere escuchar. San Pablo la formula así: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo, porque si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Sea que vivamos o que muramos, somos entonces del Señor” (Rm 14, 7-8). Somos del Señor: aquí está todo lo que es esencial saber para vivir y para morir, y el virus que nos provoca tanto miedo no desmiente esto en absoluto, más bien hace más convincente la verdad literal de esta afirmación, que es el perno de toda la vida cristiana. También podemos estar agotados por el miedo y no encontrar algún aparente consuelo psicológico de la fe, de las prácticas de piedad, de las palabras y de los gestos de la Iglesia, pero todo esto no socava la objetividad del hecho de que “somos del Señor”. … es decir, pertenecemos a Otro, no somos propiedad nuestra. En la medida en que nuestra conciencia se adhiera a esta realidad, también retrocederá el miedo y dejará de ser determinante. Permanecerá, pero como reacción instintiva de la carne que no quiere perecer, permanecerá, por decir así, fuera del alma. Permanecerá el miedo, pero ya no la angustia.
… Pero hay más: la paralización que es tan intolerable para el hombre moderno constituye, mirándolo bien, la condición normal del cristiano en el mundo y la aceptación de tal condición es la premisa para el testimonio que el cristiano brinda al mundo. Para usar también las palabras de san Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?” (Rm 8, 35). El virus que nos atemoriza tanto no hace más que agregarse a esta lista, haciéndola finalmente concreta para cada uno de nosotros, esta vez sin excluir a nadie…



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