sábado, 10 de octubre de 2020

La Muerte: lo real fantástico

 Por: Yolanda Zamora

Una de las tradiciones mexicanas más difundidas es la Muerte; así, con mayúsculas: La Muerte.

            Y es que la Muerte, para el mexicano, no reviste el drama y la solemnidad de otras culturas, la europea, por ejemplo, para las que hablar de muerte es prohibitivo, como si con ello se borrara la amenaza ineluctable del morir.  En cambio, los mexicanos desde niños, jugamos con la muerte, nos la comemos en “calaveritas de azúcar” decoradas, nos reímos de ella llamándole La Pelona, La Flaca, La Chirrifusca, La Siriquisiaca, La huesada, o La Catrina… entre otros epítetos.

Con la muerte bromeamos y hasta la hacemos bailar, “muerte rumbera”, convirtiéndola en marioneta y atándole con hilos sus huesos blancos y fosforescentes, en las carpas de los circos y en las ferias, en los parques… mientras los niños, lejos de asustarse, estallan en carcajadas sentados en sus sillas de madera con patas de tijera.

           Y es que, para el México prehispánico, en el marco de la cultura Náhuatl, la muerte era expresada en mitos diversos, pero siempre en forma creativa y trascendente, como los poemas que le cantan a lo efímero de la vida. Recordemos al rey poeta Netzahualcóyotl (1402-1472), Tlamatinime “Maestro en las cosas divinas y humanas”:

 

Yo Netzahualcóyotl lo pregunto: / ¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra? / Nada es para siempre en la tierra: / Sólo un poco aquí. / Aunque sea de jade se quiebra, / Aunque sea de oro se rompe, / Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. / No para siempre en la tierra: / Sólo un poco aquí.

 

Las crónicas dan testimonio de los lugares de los muertos en el mundo Náhuatl: Tlalocan, Mictlán, Tlatilpac… a donde iban a morar los fallecidos según hubiese sido su vida y, sobre todo, según fueran las circunstancias de la muerte y de acuerdo con la edad del difunto.  Y, así como para los griegos el inframundo pertenece a su dueño y Señor, Hades, con su mujer Perséfone (a quien, dicho sea, raptó sin decirle ¡agua va!), para los indígenas prehispánicos el lugar de los Muertos era gobernado por Mictlantecutli y su señora esposa Mictecacihuatl.

Con la llegada de los españoles, (la espada y la cruz), la evangelización y la resistencia a la imposición de creencias y hábitos de vida por parte de los indígenas, se propició un sincretismo que mezcló: rituales con ritos, salmodias con oraciones, creencias mágicas con dogmas de fe, ídolos con santos, castigos y recompensas…

 ¿El resultado?  La preeminencia de una tradición mexicana de extraordinaria riqueza que perdura hasta nuestros días, y que va de lo real de la muerte, a lo fantástico de los mitos, y convoca todas las expresiones artísticas: la poesía, la música, la gastronomía, la escultura, los cantos, la decoración, la pintura, el teatro, la artesanía… Prácticamente todas las artes convergen para hacer de la muerte mexicana una obra de creación colectiva y una manifestación de cultura popular de múltiples colores y formas, hasta alcanzar, como decía, lo fantástico.

Es la muerte mexicana, única y diferente, divertida y coqueta, provocadora y cínica… ¡es la muerte, enseñoreada de vida!

La alegría en relación con la muerte es, ciertamente, inexplicable para otras culturas. Más no para los mexicanos. Alegría que permea hasta niveles carnavalescos:

 

Por aquí pasó la muerte / con su aguja y su dedal / preguntando dónde vive / la reina del carnaval…/

 

Por supuesto que cabe la pregunta: ¿De verdad los mexicanos no le tenemos miedo a la muerte? O bien, por el contrario, existe ese temor y es tan grande, que optamos por convertirlo en juego y “llevarnos bien con la señora Muerte”. 




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