Por: Pbro. Silvio Marinelli
Ya se hace mucho…
Laicos comprometidos que viven su
labor profesional como misión e intentan conjugar la competencia con la caridad
cristiana... Médicos y enfermeras que prestan su servicio voluntario, después
de su compromiso laboral, en dispensarios, asilos, comunidades terapéuticas…
Voluntarios, miembros de grupos parroquiales, ministros de la Comunión que
visitan a los enfermos en sus hogares y en los hospitales y asilos… Grupos,
asociaciones, movimientos que trabajan en el sector de la formación humana y
cristiana de la sociedad con conferencias, cursos y talleres, publicaciones y
uso de los medios de comunicación masiva… Grupos comprometidos en la
recolección de fondos, en el apoyo material y psicológico de niños, adultos y
ancianos con problemas de enfermedad, discapacidad, adicción y otros problemas…
Organización de estructuras: asilos, centros terapéuticos, dispensarios,
centros de salud… Personas que rezan por los enfermos y sus cuidadores…
Este es el mundo de la pastoral
de la salud con sus protagonistas y sus trabajos. Un mundo complejo y muy
articulado con diversidad de propuestas, patrones de conducta, medios,
capacitación, resultados…
Una realidad, la pastoral de la
salud, que siempre ha existido en la vida de la Iglesia, que ha cambiado a lo
largo de los siglos, que ha buscado, con más o menos éxito, una doble
fidelidad: al Dios de la vida y al hombre amado por Dios.
Se lleva a cabo con las familias
de los enfermos en sus hogares, en las estructuras, particularmente en las
públicas que atienden a los derecho-habientes y a los que no tienen seguro
social y más necesitan apoyo y ayuda. Se desarrolla también en la sociedad
civil, para que brinde mayor atención y muestre mayor interés hacia los
hermanos enfermos.
Se trata de algo práctico, un
“hacer”. Involucra la inteligencia, la voluntad, la sensibilidad emocional, las
manos, la mente y el corazón.
La pastoral de la salud
De una forma muy sencilla,
la pastoral de la salud se puede describir como el esfuerzo de la Iglesia para
llevar la luz y la gracia del Señor a los que sufren y a los que los cuidan.
Ante todo la “luz” del Señor, con
los valores evangélicos de servicio, solidaridad, respeto de la dignidad de
cada ser humano, de ternura, de perdón de los errores y pecados. La luz de
Jesucristo ilumina el misterio del sufrimiento; empuja a la lucha para lograr
la salud; motiva al compromiso de los sanos; alumbra las decisiones éticas
fundamentales respecto al inicio y al fin de la vida, al cuidado debido, al
trato adecuado.
La pastoral de la salud no es
sólo un “anuncio”, una “proclamación”. Es, al mismo tiempo, servicio concreto,
celebración, experiencia de comunión.
La gracia del Señor se manifiesta
a través de la celebración de los sacramentos y la vida de oración y litúrgica:
nos da la gracia, es decir la fortaleza para seguir nuestro compromiso de vida
cristiana. La liturgia es el momento más importante para “cargar las pilas” de
nuestro esfuerzo y compromiso. Sin la gracia de Dios el enfermo pierde la
esperanza y las ganas de luchar y mantenerse fiel. Sin la ayuda del Señor el
“ayudante” pierde las motivaciones, la rutina se apodera de él, encuentra otras
ocupaciones sólo en apariencia más urgentes.
La gracia se manifiesta también a
través de una vivencia de solidaridad en la fraternidad: la soledad y la
tristeza están siempre al acecho en la situación de enfermedad. La gracia de
Dios se manifiesta a través de relaciones auténticas, de amistad, de cercanía
cariñosa.
Muchas veces la enfermedad se
conjuga con la pobreza, el desempleo, la necesidad de gastar ingentes sumas de
dinero para asegurar un acompañamiento continuo o para gastos en fármacos e
intervenciones quirúrgicas. La pastoral toma en este caso un sentido social
ayudando en las dificultades económicas y permitiendo el acceso a todos los
servicios de salud necesarios.
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