miércoles, 17 de febrero de 2021

EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD

 Por: Pbro. Silvio Marinelli

Todo un capítulo entero de Laudato Sii está dedicado a la educación y espiritualidad. Retomamos algunas sugerencias entre las muchas planteadas, enriqueciéndolas con otras propuestas.

 Como en todos los sectores de la vida, la apuesta atañe a la educación para formar una espiritualidad madura y responsable. La espiritualidad la entendemos como el conjunto de valores, creencias y criterios éticos que guían la conducta.

 

 

Apostar por otro estilo de vida

 Existe una relación entre vacío espiritual y actitud consumista y predadora: el egoísmo colectivo se conjuga con la única libertad, la de consumir. Sí, somos todavía cazadores y recolectores: comprar, poseer y consumir. Tres verbos que pueden y deben tomar un sentido moral porque involucran nuestros valores y creencias. No son neutrales o solo económicos; involucran nuestra espiritualidad y pueden orientar a un nuevo estilo de vida: “comprar es siempre un acto moral y no solo económico”.

 Debemos ponernos “límites”. Un filósofo contemporáneo comenta muy a propósito que ponernos límites es alcanzar nuestra perfección, es decir, llegar al punto hasta donde podemos llegar: ahí está el límite y también la perfección que para cada uno es diferente.

 

 Educación

 Necesitamos motivaciones adecuadas para asentar virtudes sólidas, es decir, estilos de vida estables, denunciando y rechazando un derrotismo cómodo y estéril, de quien dice que no hay nada que hacer: “no hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan… un bien que siempre tiende a difundirse… El desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar por este mundo”.

 Frente a actitudes frívolas, superficiales, voraces, de despreocupación inconsciente y predadoras, afirmamos el valor del compromiso, de una vida entregada, orientada, que tiene rumbo y sale de la lógica de la competencia con los demás y del exhibicionismo.

 Apostamos por una educación a la gratitud por la naturaleza y lo que tenemos, por una educación que tiende a una formación ética para responder a las fragilidades de las personas y del ambiente, y estética porque pone atención a la belleza y la ama.

 

 Educación interior y exterior

 “Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores”. No queremos caer en la actitud pasiva o de quien se burla de estos temas de manera superficial; el encuentro con Jesucristo motiva a cambiar las relaciones con los demás y la naturaleza: “vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana”.

 Se trata de tomar conciencia de los vínculos que nos unen y de los que podemos crear para enfrentar los desafíos: de aquí la importancia de las redes sociales con su creatividad y entusiasmo.

 La educación puede favorecer el desarrollo de una actitud contemplativa que propicie el crecimiento de un estilo sobrio y la capacidad de gozar con poco. Una sobriedad liberadora de afanes y de las esclavitudes a la apariencia, la competencia, las obsesiones; liberadora de “necesidades que nos atontan”.

 Es posible entonces una espiritualidad que traiga paz interior: la paz que libera de obsesiones, prisas, ansiedad, apariencia y al mismo tiempo sea comprometida y dote de plenitud de vida.

 

 De lo personal a lo político

 Este nuevo estilo de vida redunda a nivel social, propiciando el paso del individualismo y la competencia a la convivencia y comunión. Es la gratuidad del amor fraterno que lleva a y hace posible la fraternidad universal. Esta fraternidad se fundamenta en el sentido de la responsabilidad hacia los demás y al mundo: la degradación moral ha llevado a la degradación de la convivencia (violencia y crueldad) y a la degradación ambiental.

 Se trata de una educación que lleva a la práctica de relaciones interpersonales amigables, respetuosas, mas amables, rompiendo la lógica de la violencia y del aprovechamiento; relaciones nuevas inspiradas en el amor para construir un mundo mejor, una civilización del amor y una ética del cuidado para reconstruir el tejido social y favorecer una formación al aprecio de la belleza.

 

 

Reconocer la presencia de Dios

 La educación integral no nos capacita solo para trabajar, ganar y satisfacer necesidades; algunas veces parece que la escuela (en particular la universidad) mostrara interés solo en este objetivo. Una formación integral puede ayudar a descubrir la acción creadora de Dios en la naturaleza y el cosmos.

 Desde este punto de vista, la tradición cristiana valora la joya de los sacramentos. Papa Francisco nos invita a redescubrirlos como “un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural… El agua, el aceite, el fuego y los colores son asumido con toda su fuerza simbólica y se incorporan en la alabanza. La mano que bendice es instrumento del amor de Dios y reflejo de la cercanía de Jesucristo que vino a acompañarnos en el camino de la vida. El agua que se derrama sobre el cuerpo del niño que se bautiza es signo de vida nueva.”

 Particularmente en la eucaristía, la creación encuentra su mayor elevación y su cumbre: “la gracia… logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su creatura. El Señor… quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia… La eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a Él en feliz y en plena adoración”.

 

 

Espiritualidad de la fiesta

 Los días no laborables se han convertido en días de compras, nuevas actividades a menudo estresantes, de pachanga agotadora. Se trata de redescubrir la espiritualidad del descanso, que da sentido al trabajo porque permite “la sanación de las relaciones del ser humano” con Dios y con nuestros hermanos, pero ante todo con uno mismo: un descanso para reflexionar, relacionarnos con nuestros familiares y con nuestra comunidad. Es la fiesta de lo gratuito, del agradecimiento, de la relación cara a cara con Dios y su infinita belleza, del disfrute sano de la naturaleza, reconociéndonos parte de ella, en camino “hacia la casa común del cielo”.









jueves, 4 de febrero de 2021

Vida con Sentido

 Por: Jesús Ma. Ruiz Irigoyen

Del sentido de la vida se viene hablando y escribiendo mucho, probablemente desde que hombres y mujeres empezaron a pensar. En nuestros tiempos, esta cuestión del sentido parece preocupar también como en épocas pasadas. Lo mismo que la Tierra gira alrededor del Sol y lo mismo que una rueda gira alrededor su eje, así también el sentido de la vida es una cuestión humana que va y vuelve, abordada desde diferentes puntos de vista. Algo tendrá el tema en cuestión cuando tan a menudo lo tratan unos y otros.

Según la Biblia, un día Dios creó el mundo. Creó también el tiempo al establecer que hubiera mañana, tarde y noche, no a la vez en los dos hemisferios, sino complementariamente. Para iluminar la mañana y la tarde creó el Sol, y para alumbrar la noche pensó en la Luna. Así pues, en un mundo tenebroso hasta entonces, empezó a haber vida, luz, orden, tiempo, belleza... La vida era, lógicamente, pasajera, temporal, pues el tiempo es la forma de vivir propia de las criaturas, así como la eternidad es la forma de vivir propia del Creador.

Hace muchos siglos, unos sabios de Israel, desde su fe, escribieron que la existencia del hombre es efímera y mortal: se parece a la hierba del campo que por la mañana es verde y al llegar la tarde se seca. Hoy sabemos que aquellos sabios hablaban de la vida con símbolos. Pero, como decía Paul Ricoeur, “eso de los símbolos da mucho que pensar’’. Por eso hay gente a la que le da por pensar sobre el sentido de la vida, que lo entendemos mejor con símbolos e imágenes. Unos lo hacen desde la filosofía, otros desde la ciencia. A otros les ocupa pensar y escribir desde la teología y hoy hay quienes también exponen y dan conferencias sobre el sentido de la vida, pero desde la ecología. Parece que sí, que el tema de la vida y el de su sentido da para mucho.

Otro día, andando el tiempo, el Hijo de Dios se hizo hombre y nos trajo a los humanos no la vida temporal, que ya la teníamos, sino su vida, su propia vida. Una vida plena, abundante, perdurable. En la primera carta que San Juan, el apóstol, escribe a aquellos cristianos, les dice sin ambages: Aquél que es la Vida y había prometido darla a los hombres, ya la ha dado por medio de su Hijo ahora. Esa Vida está en el Hijo: quien tiene al Hijo tiene la Vida; quien no tiene al Hijo no tiene la Vida plena, abundante, perdurable. Esta vida también tiene su sentido.

Desde el primer siglo de nuestra era, o lo que es lo mismo, desde el siglo 1 después de Cristo no ha faltado los que han entendido que el sentido de su vida consiste en ir poniéndola y exponiéndola gratuitamente por el bien de los otros. Esa es la belleza del amor que se manifiesta en el don a los demás.
















sábado, 26 de diciembre de 2020

Relación de Ayuda

 Por: Psic. Cliserio Rojas Santes

La palabra que sana

Cuando atravesamos por una crisis o problemas psicológicos y relacionales en nuestra vida cotidiana, los resolvemos – o tratamos de resolverlos - con los recursos con los que contamos, con los que conocemos y de acuerdo con nuestra experiencia. Muchas veces no nos detenemos a pensar, a reflexionar si en realidad estamos utilizando lo mejor de nosotros. Si pusiéramos un poco de atención nos daríamos cuenta de que, sin decidirlo o premeditarlo, tenemos un estilo propio para afrontar todo lo que se nos presenta. Hay muchas personas que lo explican todo con un “así soy”, “así lo aprendí”, “siempre he sido así”, “siempre me ha funcionado”, etc… Por eso encontramos estilos muy varios: el que habla mucho, quien da muchos consejos, quien mucho escucha, quien se pone ansioso, quien se desespera, quien regaña, quien siempre envía a los expertos, etc. Estos diferentes estilos de ayuda relacional sin embargo pasan desapercibidos.

Sucede que, cuando esos recursos no le son suficientes a la persona para resolver o sobrellevar sus problemas, es necesario buscar o pedir ayuda. Aquí nace la relación de ayuda: la tentativa de ofrecer una ayuda relacional por parte de “no – expertos”. A menudo no estamos preparados para esta tarea.

 

¿Qué es este término? Entre los diferentes modos de ayuda, encontramos también una ayuda “a través de la palabra”. Ha existido siempre, pero ha adquirido un nuevo sentido y nueva importancia por el desarrollo de las ciencias humanas del comportamiento que nos ofrecen nuevas herramientas para conocer al interlocutor y desarrollar nuevas y más adecuadas modalidades de comunicación. Pues bien, la Relación de Ayuda “es un tipo particular de relación entre un ayudante preparado y una persona en busca de ayuda”; esta relación aspira - a través de la práctica de actitudes y del uso de técnicas apropiadas –, a favorecer el crecimiento del individuo a nivel personal, intelectual y espiritual.

 

Objetivos de la Relación de Ayuda

La Relación de Ayuda - o Counseling como también se le ha llamado en la cultura estadounidense -, es utilizada para favorecer en los individuos un nivel mayor de realismo, de responsabilidad hacia una mayor armonía interior.  A la vez se busca que la persona descubra y desarrolle sus potencialidades en todas las dimensiones de su ser: físicas, intelectuales, emocionales, sociales y espirituales.

 

En el mundo de la salud, se hace patente la necesidad de profesionales que tengan la capacidad de acoger, escuchar, comprender, respetar y acompañar a los pacientes que deambulan entre un torbellino de dudas, preguntas, miedos, corajes e infinidad de emociones y situaciones. Es importante que el profesional de la salud ya sea médico, enfermera, psicólogo, trabajador social, orientador espiritual o voluntario se prepare en estos menesteres, ya que el contacto con personas necesitadas forma parte del normal quehacer diario. Su papel es también el de dialogar con personas que viven y sufren conflictos emocionales o espirituales y no encuentran por su cuenta y con sur recursos salida o se les dificulta encontrarla.

 

La Relación de Ayuda no es solamente para enfermos, sino para todas aquellas personas que no están satisfechas con la vida que llevan en su familia, matrimonio, hijos, trabajos, o problemas de fe, etc. A todas estas personas se les puede ofrecer un acompañamiento a través de la escucha y un diálogo.

 

Otro de los propósitos de la Relación de ayuda es ofrecer un método para superar las dificultades psicológicas inmediatas, es decir, la persona que se ve ayudada a reconocer sus dificultades, recursos y pistas de solución, puede aprender como tratar situaciones análogas, ya sean éstas enfermedad, muerte, crisis matrimoniales, despidos laborales, falta de autoestima, etc. La persona ayudada aprende nuevas y más constructivas maneras de enfrentar la realidad.

 

Con todo lo anterior nos damos cuenta de lo valioso que resulta el poder dar o recibir una relación de ayuda. Espero que en próximos números nos siga favoreciendo con su preferencia, para así seguir ahondando más en este gran tema que es la relación de ayuda.




martes, 22 de diciembre de 2020

Nueva normalidad

 Por: Silvio Marinelli

La primera vez que escuché la expresión “nueva normalidad” quedé perplejo. Estos dos conceptos parecen pelearse entre sí, y su unión – “nueva normalidad” – parece una paradoja.

            El concepto de “normalidad”, en efecto, me hace pensar en algo que se repite, que tiene una tradición consolidada detrás, que da seguridad porque ya la hemos ensayado y está bajo control: es normal levantarse, arreglarse, empezar la actividad laboral que se repite según criterios y acciones similares a las que hemos vivido los días y años anteriores; es “normal” encontrarse con las personas, etc.

            El concepto de “novedad” pone en discusión, altera y modifica la “normalidad”. Lo nuevo es siempre cambio en la rutina, riesgo de modificar lo que ya sabemos hacer y cómo pensar.

            Reflexionando mejor, me di cuenta de que lo que nos toca vivir con la pandemia del COVID-19 es, efectivamente, una novedad que debe convertirse en normalidad. Muchos aspectos de nuestra vida han cambiado y todo nos hace pensar que muchos cambios se establecerán de manera continuativa en nuestra existencia: una mayor atención a las medidas de distanciamiento, el uso masivo de las redes sociales, una parte del trabajo que migra a teletrabajo, nuevas formas de enseñanza y de aprendizaje, sólo por poner algunos ejemplos.

            La novedad nos ha desestabilizado, desinstalado, no sólo desde el punto de vista espacial, reduciendo los lugares accesibles, y temporal, obligándonos a invertir mejor el tiempo disponible (para muchos ha aumentado significativamente), sino también en nuestras convicciones, deseos y esperanzas. La pandemia nos confrontó y nos confronta con la realidad; ha hecho derrumbarse mitos ilusorios y certezas falaces y nos recuerda que todo en la vida es don. Hemos adquirido una mayor conciencia de la provisionalidad de los proyectos; pudimos tener la oportunidad de liberarnos de lo inútil; la pandemia nos educó a la paciencia, etc.

            Ojalá hayamos llegado a ser más responsables, más reflexivos, más humildes y más esenciales. Tal vez hemos podido redescubrir el valor de la naturaleza y del silencio, un nuevo uso del tiempo y del espacio, un tiempo dilatado y un espacio reducido, la importancia de las relaciones.

            Como afirma Papa Francisco: «Hoy podemos reconocer que nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad. Hemos buscado el resultado rápido y seguro, y nos vemos abrumados por la impaciencia y la ansiedad. Presos de la virtualidad, hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad».

            En la nueva realidad, hay muchas ruinas que reparar: estrés y conflictos familiares, pobreza por la falta de trabajo, fracaso de muchas actividad productivas, jóvenes y niños solos y aislados, presencia difícil y reducida de la Iglesia, exceso de trabajo en los hospitales (con nuestro agradecimiento a estos profesionistas entregados), duelos no resueltos por prácticas funerarias rápidas y sin familiares; contagio de miedo y ansiedad; soledad; ancianos con traumas psicológicos por apoyos no recibidos, ausencias dolorosas, adioses no dichos, duelos no concluidos.

            «Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. ... Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces…» (Papa Francisco, Todos hermanos).

            La verdadera esperanza es que la nueva normalidad no sea demasiado parecida a la forma de vida que teníamos antes.




viernes, 13 de noviembre de 2020

La mujer de hoy

 Por: Psic. Luz Teresa Millán Hernández

Los cambios que enfrentamos hoy en día las mujeres son monumentales. Cada vez somos más las que sentimos la inquietud de conocernos, despertar, crecer, tener un lugar en el mundo, luchar, prepararnos, hacer, soñar, amar, etc. Y cierto es que, poco a poco, vamos logrando y ganando algunas batallas gracias a grandes y pequeñas cosas de tantas y valientes mujeres que se están moviendo; todas vamos consiguiendo día a día que el mundo se dé cuenta de la importancia de nosotras al margen de nuestra capacidad para procrear. Intentamos llegar a ser plenas, desarrollando nuestro potencial y siguiendo algún sueño. Y para lograr el equilibrio buscamos guías espirituales que nos muestren el camino, grupos de crecimiento, leemos, pedimos, hablamos, meditamos, oramos… Cada que una mujer decide tomar el timón de tu vida, ofrece nuevas posibilidades y guía a otras mujeres a hacer lo mismo.

En mi propia búsqueda espiritual, muchos son los hallazgos que han marcado mi vida; talleres, retiros, maestros de vida, psicoterapia, libros, guías espirituales… pero sin duda la obra “Mujeres que corren con los lobos” la ha marcado de una manera contundente, completa y apasionante.

Su escritora, Clarissa Pinkola Estés, es doctora analista Junguiana, poetisa y narradora de cuentos. Hija de madre mexicana y padre español, es adoptada posteriormente por una familia húngara. A través de las tradiciones heredadas de su rica y vasta cultura, nos lleva a viajar con los mismos relatos infantiles que la acompañaron a ella en su niñez de las voces de abuelas, ancianas, tías y otras mujeres de su familia. De esta manera y a través del tiempo, empieza a dilucidar lo que ella llama “Naturaleza femenina en el arquetipo de la mujer salvaje” dándole forma a su auténtico rol y misteriosa complejidad. Cabe mencionar que la palabra “salvaje” en esta obra hace alusión a lo inocente, puro, original, sano y no contaminado.

Esta apasionante obra, es un viaje de reencuentro con nuestra espiritualidad que constituye un descubrimiento de la interioridad femenina a través del desarrollo y uso de la intuición. Haciendo un profundo análisis de una serie de cuentos que tienen la característica de actuar como medicina del alma, sobre el andar de la mujer por el mundo y el camino para alcanzar el “arquetipo de la mujer salvaje”; además de familiarizarnos con conceptos y símbolos que hacen referencia a lo que conforma la “esencia femenina”, alcanzamos una transformación del corazón que se lleva a cabo desde nuestro interior para conocernos desde nuestras raíces más profundas, reconectando con nuestra sabiduría natural y renaciendo como mujeres completas, leales y fieles a los dictados de la intuición.

Nuestra vida se entreteje de los momentos de nuestro caminar: la vida no es estática por mucho que nos empeñemos en que así sea, siempre está en movimiento y cada experiencia invita a la transformación como evolución y crecimiento, alimentamos el deseo de modelar nuestra propia vida y aprender a cuidar de nosotras mismas, anhelamos el reconocimiento frente a la invisibilidad impuesta por la cultura, la sociedad, la propia familia y la religión, este reconocimiento es una manera de gritar a los demás que estamos vivas y que queremos un lugar en el mundo. La invisibilidad es un factor común de tantas y tantas mujeres que trabajan a la sombra entregando su vida sin recibir valoración y reconocimiento.

Y así vivimos en dos mundos: el mundo de abajo, el interior, el personal, el espiritual, el secreto y el mundo de arriba, el exterior, el público, el “normal”. Lo que intuimos y sabemos en el mundo de abajo rara vez se acepta con simpatía en el mundo de arriba, este mundo exterior nos promete el calor del hogar si obedecemos los roles sociales que marca la cultura, exigiéndonos dejar a un lado nuestra “esencia salvaje”, nuestro verdadero ser so pena de ser exiliadas si desobedecemos la norma.  

El tema del exilio y exclusión es una profunda herida para quien lo vive y, sin embargo, tan muy común en nuestros días; exiliamos y excluimos a “la o el diferente”. La mujer conoce muy bien lo que significa esto, conoce muy bien lo que es el exilio. El precio que paga toda mujer por hablar, por decir “no”, por cuestionar, por ser diferente y por querer dejar el estereotipo que le impuso la norma, sin duda, será el exilio. Desde pequeñas se esperó de nosotras convertirnos en un tipo de mujer con cierto comportamiento, ciertos valores y hasta un tipo de belleza, todo esto contenido en un estereotipo muy direccionado a complacer y ser todo para todos sin importar si queremos o no; si estamos cansadas, si nos gusta, si tenemos sueños pendientes por alcanzar. Los sobresaltos en la familia no están permitidos, ¡qué barbaridad! eso jamás, eso, se castigará con el exilio y si por alguna razón se asomara nuestra “naturaleza salvaje”, la familia, la cultura, la sociedad y la religión no se detendrán para hacernos regresar a la norma y hacer de nosotras “mujeres sumisamente perfectas”.  A donde nuestra alma nos pide mirar; la cultura nos dirá, “vuélvete ciega, muda y sorda,” sufriendo desde la infancia una herida en nuestra fuerza “yóica”. Si pudiéramos contemplar nuestro corazón, veríamos el profundo anhelo de ser reconocidas y aceptadas con nuestras cualidades y limitaciones, esto, le conferiría vitalidad al alma, autoestima, sentido de merecimiento, identidad y alegría de vivir.

En nuestra psiquis, hay una parte ingenua que se deja seducir incluso por lo que sabemos que no nos conviene, pero también, está la intuición que es cautelosa y una fuerza que nos habla y ofrece la seguridad de estar haciendo lo correcto. A la intuición se la puede ver como amenazante, porque cuando la descubrimos dentro de nosotras, somos capaces de todo: poner límites, dejar una relación, dejar un hogar, un trabajo, buscar la soledad, perdonar y quebrantar, si lo vemos necesario, las normas que nos enseñaron. Esa fuerza femenina, dice Clarissa Pinkola, es la “loba” que lucha ferozmente por lo que merece vivir y suelta aquello que debe morir, justo lo que vamos a necesitar en este viaje espiritual de individuación. Para vivir en equilibrio con nuestra materia y nuestro espíritu, basta con aprender a observar la naturaleza respetando sus ciclos para respetar los nuestros que son los mismos. La base de la sabiduría femenina estriba en respetar los ciclos de gestación, vida y resurrección que ella define con el término de Vida/Muerte/Vida a lo largo de toda su obra.  

Desafortunadamente, la sabiduría de estos ciclos empieza a perderse desde que somos unas niñas. Toda esta esencia espiritual se empieza a empolvar y a borrar, hasta que olvidamos que tenemos una sabiduría interna que hemos aprendido en la profundidad de la vida. Hoy en día se sigue rechazando y reestructurando la naturaleza femenina, obligándola a adaptarse a modelos y estructuras artificiales para así terminar normalizando lo anormal.

Así, vivimos la vida sin grandes pretensiones porque no nos las permiten, trabajamos empujadas a movernos dentro y fuera de casa por motivos económicos, atendemos a nuestras familias y a los familiares ancianos, vigilamos la mayor parte de las tareas domésticas, nos relacionamos, nos enfrentamos a todo, muchas veces solas; sin embargo, tratamos de equilibrar los valores que nos marca el mundo con lo que nos dice nuestra intuición, nuestros talentos y nuestra sabiduría y a pesar de los obstáculos luchamos con inteligencia, corazón y creatividad por llegar a ser lo que ya sabemos que hemos de ser.

“Todos sentimos el anhelo de lo salvaje. Y este anhelo tiene muy pocos antídotos culturalmente aceptados. Nos han enseñado a avergonzarnos de este deseo. Nos hemos dejado el cabello largo y con él ocultamos nuestros sentimientos. Pero la sombra de la Mujer Salvaje acecha todavía a nuestra espalda de día y de noche. Dondequiera que estemos, la sombra que trota detrás de nosotras tiene sin duda cuatro patas” (Clarisa Pinkola Estés).

Entonces, el único camino que nos queda es recurrir a nuestras propias fuerzas y confiar en Dios; Dios nos dio la intuición… ya somos criaturas plenas y necesitamos recordarlo, recordar nuestros dones (inteligencia, capacidad de juicio, decisión, resolutiva, con iniciativa, fuerte, perseverante, intuitiva, amorosa, que perdona, solidaria, espiritual...) Un día, comenzamos a darnos cuenta de que la vida es mucho más que aquello que siempre han esperado de nosotras y hacemos, conscientes de nuestros deseos que se hallan atrás de los límites establecidos, todo esto, a través de una serie de señales que no podemos fingir no ver: revisamos el ayer y éste deja de atraernos, no nos gusta nuestro presente, nuestras creencias sobre la vida y sobre nosotras ya no tienen peso, aparece el caos y las voces internas todas con mensajes diferentes, la rutina repitiendo una cosa indefinidamente cansa, ya no queremos seguir diciendo sí, seguido de otro y otro a lo que siempre hemos dicho “SÍ”, ¡la posibilidad del “NO” aparece! deseamos dejar de ser lo que el mundo cree que debemos ser, nos preguntamos ¿quién soy, que no soy como era?, ¿qué quiero?, ¿a dónde voy?,¿qué quiere Dios en realidad?, ¿qué mujer quiero ser? he sido una buena hija, una buena esposa, una buena madre, una buena ama de casa, una buena profesionista, he seguido siempre las normas de otro... Parece ser que lo único que no he sido es: “ser yo misma”.

“Se trata de un descubrimiento que nos afecta a todas en algún momento de nuestra vida, tal vez no sea agradable, pero saben a vida, se trata de un momento sencillo pero solemne; es el tiempo de la pascua, algo muere y algo comienza a existir” (Joan Chittister). El Centro San Camilo A.C. en su oferta educativa ofrece este viaje espiritual de individuación del corazón en un taller de desarrollo personal femenino basado en el libro: “Mujeres que corren con los lobos”.




sábado, 7 de noviembre de 2020

Acompañamiento en el duelo


Por: Mtro. Arturo Salcedo Palacios


A continuación, mencionamos algunas etapas en el proceso de duelo:

 Nos enfermamos físicamente

Muchas veces, un síntoma que manifiesta la pérdida o el duelo es el dolor físico o una enfermedad específica; es decir, somatizamos nuestro estado de ánimo. Algunas de las sensaciones corporales más comunes son náuseas, palpitaciones, opresión en la garganta, dolor en la nuca o en la cabeza; nudo en el estómago, pérdida del apetito, insomnio o dormir de más; fatiga, sensación de falta de aire, punzadas en el pecho, pérdida de fuerzas, dolor de espalda o cuello, hipersensibilidad al ruido, visión borrosa...

Existe una relación estrecha entre la enfermedad y la forma en que vivimos el duelo. A menos que alguien la ayude a superar sus problemas emocionales, como un «cuidador» –un buen amigo, un familiar, un grupo de apoyo–, probablemente continuará físicamente enferma. La medicina difícilmente será la solución, cuando lo que duele es el alma. En este contexto de dolor físico, los fármacos aparentemente hacen efecto por un tiempo, pero el síntoma regresa y regresa. Biológicamente no hay diagnóstico, pero estamos enfermos: es una forma de esconder la hostilidad, la culpa, el coraje y los resentimientos causados por el duelo.

Es necesario revisar lo que nos sucede, canalizarlo y recurrir a la persona apropiada o a un grupo de apoyo que nos ayude a reencontrar el sentido de nuestra vida. La Sra. García debe ser ayudada a entender el origen de sus males y, sobre todo, debe ser apoyada para trabajar sus sentimientos de pérdida.

 

Podemos sentirnos muy asustados

Es posible sentir mucho miedo, debido a que no podemos pensar en otra cosa que no sea la pérdida, y sentirnos atrapados en el miedo al futuro: cómo continuar sin lo perdido. Esto nos resta efectividad en todo lo que hacemos y, hasta cierto punto, nos paraliza. Nuestro trabajo lo resiente y dejamos de ser productivos, incluso podemos preguntarnos sobre nuestra salud mental, porque lo que estamos viviendo afecta nuestra capacidad de concentración; cuando la gente nos pregunta algo, no lo registramos y normalmente la respuesta es: «¿qué dijiste?»

 

Pasa por nuestra mente cantidad de pensamientos desagradables que nos distrae de nuestra realidad, aunque debemos saber que la dificultad de concentración y el estar nuestra mente fija en lo que perdimos más que en el ‘aquí’ y ‘ahora’, es parte natural del proceso, sobre todo al inicio del duelo, hasta que, poco a poco, vamos reasumiendo nuestras actividades cotidianas, aceptando que lo perdido ya no está, que se fue para siempre; sobre todo en el caso de la muerte de un ser querido o un divorcio.

 

En esta etapa, lo importante es darnos cuenta que los miedos son parte de la crisis y no asustarnos gratuitamente de sentirnos como nos sentimos; no debemos permitir que el miedo a lo desconocido se convierta en pánico. No debe sorprendernos el hecho de estar viviendo algo que, quizás, nunca habíamos experimentado, y que ello nos provoque desesperación interior. Incluso sentir que nos volvemos locos es una de las trampas que el duelo hace aparecer en nuestra mente.

 

Para avanzar en nuestro proceso, debemos estar muy abiertos a las relaciones humanas: amigos, familia, «cuidador»; incluso a relaciones nuevas y diferentes, como los grupos de terapia donde encontraremos personas que están «en el mismo barco», viviendo la misma experiencia que nosotros. Aunque la tentación sea encerrarnos y quedarnos solos, debemos hacer un esfuerzo por movernos, avanzando en nuestro duelo; lo mismo debemos hacer con los malos pensamientos: no aceptarlos pasivamente, sino intentar cambiarlos en nuevas ideas, más sanas y positivas. No se vale quedarnos nada más revolcándonos en nuestra melancolía, en nuestra tristeza y abatimiento.

 

Sentimiento de culpa

Al hablar del sentimiento de culpa, lo primero que necesitamos hacer es aprender a distinguir entre la culpa normal y la culpa neurótica. La primera es cuando hemos sido negligentes o hacemos algo que transgrede los valores de nuestra sociedad, nuestra familia o nuestra religión. La segunda es cuando experimentamos una culpa desproporcionada o inventada.

Cuando sufrimos la muerte de un ser querido y sabemos que en vida nos equivocamos con él o ella, que dejamos de hacer cosas que estaban a nuestro alcance para mejorar nuestra relación, que nuestras actitudes lastimaron a tal persona; que fuimos injustos, peleamos y ofendimos, es natural sentir una culpa real y arrepentirse por lo sucedido. «Sé que he pecado de pensamiento, palabra, obra u omisión» y trato de abrirme a la gracia de Dios, mediante la oración y la Confesión, después de un genuino arrepentimiento y aceptando su perdón, que me lleva a una honesta reconciliación.

Si, por el contrario, agrando el hecho y lo distorsiono, y se convierte en algo inmanejable, ya hablamos de una culpa neurótica. Por ejemplo:

La culpa neurótica nos engancha con una situación desproporcionada, fuera de lo real, y la convierte en algo que nadie nos puede perdonar, ni Dios. Necesitamos hablarlo con alguien que nos ayude a entender nuestros límites como seres humanos. Tal culpa no es más que un mecanismo de evasión que nos bloquea en nuestro proceso de duelo. Algo similar sucede con las blasfemias: al cegarnos por la ira del dolor, inventamos un Dios injusto, cruel, que no existe y, al reaccionar de nuestra pelea con Él, normalmente nos sentimos miserables, ruines, sin redención, lo que da lugar a una especia de autolinchamiento nada sano y con un costo emocional muy alto, que conlleva mucho sufrimiento inútil caracterizado por una angustia, una congoja, una aflicción y un dolor que nos enferman con los síntomas físicos ya referidos.

 



Ideas tomadas de Good Grief, de Granger Westberg.

sábado, 31 de octubre de 2020

Pastoral de la salud Una mirada general

 Por: Pbro. Silvio Marinelli

Ya se hace mucho…

Laicos comprometidos que viven su labor profesional como misión e intentan conjugar la competencia con la caridad cristiana... Médicos y enfermeras que prestan su servicio voluntario, después de su compromiso laboral, en dispensarios, asilos, comunidades terapéuticas… Voluntarios, miembros de grupos parroquiales, ministros de la Comunión que visitan a los enfermos en sus hogares y en los hospitales y asilos… Grupos, asociaciones, movimientos que trabajan en el sector de la formación humana y cristiana de la sociedad con conferencias, cursos y talleres, publicaciones y uso de los medios de comunicación masiva… Grupos comprometidos en la recolección de fondos, en el apoyo material y psicológico de niños, adultos y ancianos con problemas de enfermedad, discapacidad, adicción y otros problemas… Organización de estructuras: asilos, centros terapéuticos, dispensarios, centros de salud… Personas que rezan por los enfermos y sus cuidadores…

 

Este es el mundo de la pastoral de la salud con sus protagonistas y sus trabajos. Un mundo complejo y muy articulado con diversidad de propuestas, patrones de conducta, medios, capacitación, resultados…

Una realidad, la pastoral de la salud, que siempre ha existido en la vida de la Iglesia, que ha cambiado a lo largo de los siglos, que ha buscado, con más o menos éxito, una doble fidelidad: al Dios de la vida y al hombre amado por Dios.

 

Se lleva a cabo con las familias de los enfermos en sus hogares, en las estructuras, particularmente en las públicas que atienden a los derecho-habientes y a los que no tienen seguro social y más necesitan apoyo y ayuda. Se desarrolla también en la sociedad civil, para que brinde mayor atención y muestre mayor interés hacia los hermanos enfermos.

 

Se trata de algo práctico, un “hacer”. Involucra la inteligencia, la voluntad, la sensibilidad emocional, las manos, la mente y el corazón.

 

La pastoral de la salud

De una forma muy sencilla, la pastoral de la salud se puede describir como el esfuerzo de la Iglesia para llevar la luz y la gracia del Señor a los que sufren y a los que los cuidan.

Ante todo la “luz” del Señor, con los valores evangélicos de servicio, solidaridad, respeto de la dignidad de cada ser humano, de ternura, de perdón de los errores y pecados. La luz de Jesucristo ilumina el misterio del sufrimiento; empuja a la lucha para lograr la salud; motiva al compromiso de los sanos; alumbra las decisiones éticas fundamentales respecto al inicio y al fin de la vida, al cuidado debido, al trato adecuado.

La pastoral de la salud no es sólo un “anuncio”, una “proclamación”. Es, al mismo tiempo, servicio concreto, celebración, experiencia de comunión.

La gracia del Señor se manifiesta a través de la celebración de los sacramentos y la vida de oración y litúrgica: nos da la gracia, es decir la fortaleza para seguir nuestro compromiso de vida cristiana. La liturgia es el momento más importante para “cargar las pilas” de nuestro esfuerzo y compromiso. Sin la gracia de Dios el enfermo pierde la esperanza y las ganas de luchar y mantenerse fiel. Sin la ayuda del Señor el “ayudante” pierde las motivaciones, la rutina se apodera de él, encuentra otras ocupaciones sólo en apariencia más urgentes.

La gracia se manifiesta también a través de una vivencia de solidaridad en la fraternidad: la soledad y la tristeza están siempre al acecho en la situación de enfermedad. La gracia de Dios se manifiesta a través de relaciones auténticas, de amistad, de cercanía cariñosa.

Muchas veces la enfermedad se conjuga con la pobreza, el desempleo, la necesidad de gastar ingentes sumas de dinero para asegurar un acompañamiento continuo o para gastos en fármacos e intervenciones quirúrgicas. La pastoral toma en este caso un sentido social ayudando en las dificultades económicas y permitiendo el acceso a todos los servicios de salud necesarios.