jueves, 9 de enero de 2020

Arte, música y bienestar integral

Por: Pbro. Silvio Marinelli



Una visión integral del ser humano conlleva un desarrollo de todas sus potencialidades. Lamentablemente, las situaciones de pobreza y de falta de estímulos – especialmente en las etapas tempranas del desarrollo – provocan que muy pocas personas puedan explorar sus potencialidades artísticas y se queden en una especie de subdesarrollo estético que les impide apreciar la belleza y ser artífices de creaciones artísticas.

            Esta situación repercute en el bienestar general de la persona que se encuentra expuesta, a menudo, a disfrutar de productos muy poco artísticos, que no nutren el espíritu humano o que crean situaciones de rezago intelectivo, de espíritu gregario, de fácil manipulación y determinan un panorama para nada sensible a lo trascendente y lo bello. Esta reducción a lo biológico o psico-biológico nos parece una mutilación que empobrece lo verdaderamente humano de las personas y crea una cultura pobre, estereotipada, incapaz de proponer metas espirituales desafiantes para la mayor parte de la población.

            Un lema muy común, y no suficientemente cuestionado, afirma que “es bello lo que gusta”; parece algo obvio, incuestionable… En realidad lo bello no es sólo lo que gusta, sino lo que permite un desarrollo integral, lo que ayuda a salir de sí mismo, a apreciar lo bello que otros crean (sin quedarnos en una postura narcisista de quien aprecia sólo lo que uno hace): lo bello lleva a trascender, a crear lazos, a apreciar la creación y las creaciones artísticas; lo bello crea vínculos, apela a los valores y no sólo a los gustos; lo bello nos humaniza, es decir, nos eleva de un plano meramente bio-psicológico de lo útil para la sobrevivencia para que saboreemos otras dimensiones posibles de nuestra humanidad.

            En un capítulo dedicado a la música, un filósofo contemporáneo (Vito Mancuso) se cuestiona y nos pregunta: “¿Por qué los seres humanos crean música? ¿Por qué ha nacido el deseo de producir algo tan poco biológico y determinado por la naturaleza, como la música?”. Su respuesta me parece convincente y estimulante: “… demuestra que podemos llegar a ser libres de las necesidades biológicas y sociales: el fenómeno musical es un signo tangible de nuestra posible libertad. La música manifiesta nuestra libertad y nuestra capacidad de ‘crear’, de actuar libremente”.

Ahondando en su reflexión, continúa: “La música es un lenguaje, una forma de comunicación, y brota dentro de nosotros porque somos lenguaje y comunicación. Hablamos con los demás y de esta manera salimos de nuestra soledad generando lazos compuestos de palabras”: somos seres llamados a la relación; nos volvemos conscientes de nuestra naturaleza limitada y llamada a colaborar, a tejer relaciones: La música manifiesta, también,  nuestra necesidad de hablar con nosotros mismos y hacernos más conscientes de nuestra interioridad. “La música enlaza: enlaza a la persona consigo misma o con el ritmo del mundo, y enlaza a los seres humanos entre sí (pensemos en la fuerza agregativa de un himno nacional o litúrgico)”.

Continúa este autor: “El origen de la música es paralelo al del lenguaje, más bien, son el mismo fenómeno, producido por la presión de la vida en su corazón y mente. Esta ‘presión’ de la vida genera ‘impresiones’, las cuales encuentran ‘expresiones’, traduciéndolas en palabras o en sonidos”.

La música la crean los músicos, sin embargo, muchos de ellos no se sienten ‘creadores’, sino que se perciben como ‘destinatarios’ de un mensaje que les llega desde afuera, desde lo trascendente; hablan, a este respecto, de “chispa”, “inspiración”, revelación”, “origen diferente”, “destello”. La misma palabra ‘música’ apunta a las Musas de la antigüedad. Toda forma artística apunta, también, a lo alto, a una inspiración divina, a una relación con lo trascendente.

Parece todo muy bonito; sin embargo, la actualidad nos presenta un panorama desolador. Hoy en día estamos como “sitiados” de una oferta constante de música que nos “persigue” en todos los lugares (restaurantes, tiendas, fiestas de todo tipo, centros comerciales, teléfonos que nos hacen esperar con música a menudo enfadosa). Si escuchamos radios comerciales y publicidad, podemos ser víctimas de un sentimiento de desconsuelo y desolación por la comercialización y la pérdida de calidad de la música que se nos ofrece. En toda época hubo el problema de distinguir la buena música que nutre duraderamente y en profundidad nuestra vida de la que es sólo espectáculo, tal vez sólo ruido o, peor, basura.

Comparto las conclusiones del autor citado porque me parecen muy bellas y motivadoras: “Hacer música no es algo que corresponde sólo a los músicos; es una tarea de todos. Todos debemos ‘ser música’: somos sonidos, pero debemos convertirnos en música. El sentido de nuestro estar en el mundo es ‘afinar’ nuestros sonidos para producir una melodía, es decir nuestra música interior, y después afinar nuestra melodía con la melodía del mundo y de los demás seres humanos. Nuestra libertad debe afinarse y ser entonada con la armonía del mundo para convertirse en una nota de esta extraordinaria armonía. La música habita nuestra alma: debe ser la banda sonora de nuestra vida. Y tener una u otra banda sonora cambia y transforma nuestra relación con la vida. En fin, al término de toda nuestra actividad, se trata – tal vez – sólo de ser música: de ser una vibración que introduce calor, alegría y paz en el inmenso concierto del mundo”.



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