Adaptado del Libro de Las Emociones, del Pbro. Silvio Marinelli
Una novela muy conocida, El Nombre de la
Rosa, - muchos han visto la película- nos presenta una historia que nos hace
reflexionar. Estamos en la Edad Media en un monasterio, donde se guarda
celosamente un manuscrito de Aristóteles sobre la comedia, es decir, sobre el
arte de hacer sonreír y divertirse. Es el único ejemplar de la obra. Según la
mentalidad de aquel entonces, todo lo que había escrito el filósofo griego era
“verdad” y se debía aprobar sin titubeos. El monje bibliotecario guarda este
único ejemplar y no escatima ningún medio –ni siquiera el asesinato- para
impedir la divulgación de esta obra, que justificaría –según su parecer- una
actitud irreverente hacia Dios, la Iglesia y la verdad: todos se sentirían
legitimados a burlarse de las cosas más sagradas.
Se trata de pura ficción: la obra nunca
existió y, por ende, nunca hubo un monasterio donde se perpetraran estos
delitos. Sin embargo nos ayuda a reflexionar sobre el carácter “revolucionario” de la alegría: “revuelve” la situación,
nos ayuda a ver según otras perspectivas, nos hace olvidar –tal vez sólo por un
minuto- las desgracias que nunca faltan en nuestra vida, nos permite expresar sólo
lo mejor de nosotros mismos.
La alegría y su “primo hermano”, el buen
humor, nos ayudan a producir endorfinas que atenúan el dolor y reducen el
estrés, nos permiten sobrellevar los momentos difíciles del sufrimiento,
favorecen el desarrollo de la solidaridad humana, el aprecio de la belleza y el
brotar de la bondad. Alegres y cuerdos; mejor alegres porque cuerdos... como
Don Quijote: ¡Se necesita una chispa de locura para no enloquecer del todo!
La salud integral, holística, necesita un
cultivo de pensamientos y emociones positivas, alegres, necesita el buen humor
para no tomarnos demasiado en serio, para ver con ojos de bondad nuestros
defectos y los de los demás con aún más bondad. Quizá sea la actitud de Dios
frente a nuestras torpezas y tonterías; en la cruz disculpó y perdonó a sus verdugos
porque no se daban cuenta de lo que hacían.
San Pablo, escribiendo a los Filipenses,
nos da la pauta para tener una actitud de alegría, a pesar de todos los
problemas. “Doy gracias a mi Dios..., rogando... con alegría por todos ustedes... Cristo es anunciado, y esto me alegra y seguirá alegrándome...”
(Fil 1, 3-4). Añade más adelante: “Por lo demás, hermanos míos, alégrense en el Señor...” (Fil 3,1),
“estén siempre alegres en el Señor;
se lo repito, estén alegres. Que su
clemencia sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No se
inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión, presenten a Dios sus
peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de
gracias. Y la paz de Dios... custodiará sus corazones y sus mentes en Cristo
Jesús. Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de
justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud o valor,
ténganlo en aprecio” (Fil 4, 4-8).
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