El
sentido no es algo inherente a las cosas o acontecimientos: somos nosotros
quienes “damos” sentido a una situación feliz o difícil. Cada uno de nosotros,
más que “buscar” un sentido ya predestinado, que estaría fuera de nosotros y
escondido a una mirada superficial, es “creador”
de sentido, llamado a “producir” sentido y a “inyectarlo” en las
situaciones de la vida. Con esta postura se evita una actitud fatalista de
quien afirma que “¡No hay nada que hacer: esta situación no tiene sentido!”.
Algunas propuestas de eutanasia reflejan esta dificultad a “crear sentido” en
las situaciones de la enfermedad terminal: visto que no se logra crear sentido,
sería mejor terminar con una vida sin sentido. El problema radica en que el
sentido “no se encuentra”, al contrario “se crea”, “se genera” tal vez con una
actitud paciente y perseverante.
Al
mismo tiempo, es oportuno volver a precisar que este generar sentido donde
aparentemente no lo hay, se puede lograr no sólo en los casos de enfermedad, discapacidad,
envejecimiento y muerte física, sino también en todas las ocasiones en
las que experimentamos nuestros fracasos, nuestra limitación, la falta de
recursos, la dificultad en desarrollar nuestras aptitudes en un medio hostil.
El “dar sentido” es tarea de toda la vida en toda situación. Quizá ésta sea la
característica más creativa y creadora del ser humano: puede crear sentido
también en el sufrimiento, la carencia, la privación, la aniquilación de todo.
De cierta manera, participa de la actividad creadora de Dios.
El
filósofo catalán Francesc Torralba observa que el ser humano siente la
necesidad de dar sentido a su vida, a su existencia. No tiene bastante con
estar o con subsistir, o con permanecer en el ser, sino que, además de ser,
desea permanecer en el ser con sentido. Y si detecta que esa permanencia
no tiene sentido, que vivir carece de sentido, que es algo absurdo, estúpido,
insulso puede, incluso, desear no ser, hacerse nada.
Descubrir nuevos valores, apreciar la vida como
un misterio, vivir el sufrimiento como ocasión para madurar, pueden ser puntos
de luz que, si bien no solucionan completamente el ansia de sentido, pueden
marcar una ruta para vivir su situación.
Entre los valores, quizás, lo más apreciado, es
el mundo de las relaciones afectivas, es decir, el sentido de comunión,
la experiencia de no estar solo en medio de la soledad existencial que
caracteriza la condición humana y que puede hacer experimentar un sabor amargo en
medio de las dificultades de la vida. De aquí la especial importancia que toma
el mundo de las relaciones en el sufrimiento, la calidad de las
mismas, su grado de autenticidad y profundidad, el lenguaje
de los gestos y de los símbolos, el mundo de las pequeñas cosas que se
convierten en grandes.
Cada uno de nosotros, en efecto, puede decidir
cómo comportarse en las situaciones de sufrimiento: de una manera egoísta,
narcisista, demandante y tiránica, con mal humor y manifestaciones de
agresividad y envidia hacia quien cuida o intenta ayudar; o, al contrario, de
una manera amable, respetuosa, colaborativa y agradecida hacia quien cuide. La
decisión está en la libertad del sujeto que puede desarrollar o rechazar
particulares actitudes.
La pregunta del título encuentra una respuesta
clara: el sentido se crea, se da, se produce; no lo encontramos fuera de
nosotros ya preparado.
Para los creyentes – citando a un teólogo
contemporáneo (Bruno Morriconi) – “La cruz es la revolución de todos los
conceptos que podamos construirnos sobre Dios. De ella, pues, aprendemos que
Él no es indiferente, sino sufriente; no es frío, sino tierno; no es
imperturbable sino vulnerable; no es alejado, sino acongojado... En los
caminos pulverulentos e insidiosos de este mundo que lo condujeron al
sufrimiento y a la muerte, el Hijo de Dios no ha venido ‘como
héroe’, ni ‘como Dios’, a pesar de que era y permaneció tal, sino en la
condición de hermano de los hombres que no puede sustraerse a la muerte…
Verdadero compañero de cada persona que sufre, de quien lo conoce, de quien
nunca ha oído hablar de él y también de quien lo rechaza, Él tiende la mano a
todos. A quien tiene la gracia de darse cuenta, le aligera el sufrimiento,
porque quien mira al Cristo crucificado puede decir (con un poeta) ‘no lloro
más de un llanto sólo mío’, porque llora conmigo también el Hijo de Dios”.
Bellísima reflexión. Gracias padre Silvio
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