Por. Mtro. Omar Olvera Cervantes
Últimamente podemos constatar el producto de las diferentes propuesta
educativas que han variado casi cada sexenio, al menos en nuestro país, lo cual
ha generado brechas culturales intergeneracionales y eso sin mencionar todavía
el aspecto informal pero altamente efectivo de la reeducación desde los medios
masivos de comunicación que se han extendido gracias al internet y la telefonía
celular que nos permite participar y generar información en tiempo real, que
inmediatamente es compartida y replicada, teniendo un impacto consiente e
inconsciente en la continua configuración de la conciencia social. A este factor se
agregan los modelos mercadológicos que definitivamente han creado un tipo de
conciencia egoísta y pragmático implantando una mentalidad del desecho.
Un aspecto deficiente que se va convirtiendo en tendencia es en nuestra
cultura occidental es la incapacidad de detenernos a contemplar aspectos de
tipo trascendente, que no son prácticos y que además son improductivos en
términos materiales y que tienen que ver con una realización más profunda de la
vida. Se promueve una negación de los límites
humanos, por eso cuando aparecen la enfermedad o la muerte nos conflictuamos de
una manera desproporcionada, ya que aun siendo elementos propios de la vida no
se les considera y por ello cuando aparecen se convierten en fuentes de
conflictos y patologías.
La tanatología educativa trata de incluir la perspectiva existencial
completa, no sólo las habilidades que nos
hacen funcionales en una sociedad construida para producir y consumir. Se
propone incluir en los modelos educativos formales e informales la perspectiva
de la muerte, para considerar nuestros límites naturales de forma consiente.
Esta propuesta considera que, al incluir estos conceptos, se puede lograr que cada sujeto
valore su propia vida y sus relaciones desde una postura más integral, al mismo
tiempo que su capacidad resiliente ante las adversidades puede fortalecerse
dándole herramientas para superarse y ampliar la calidad de sus relaciones, considerando
nuevos sentidos para su vida desde una
postura llena de esperanza.
En la antigüedad el tema de la muerte no era omitido. Se ve en la
experiencia de los grandes maestros espirituales monásticos, que el considerar
la muerte propia cada noche evaluando sus propios actos, confrontándolos con la posibilidad
de morir les daba la oportunidad de ser mejores, de ser más libres. Es ver la
muerte desde lo holístico, lo humano y lo complejo.
No tiene nada de malo aceptar los límites
del actual modelo educativo. Se trata de darnos cuenta de que lo que ya se está
haciendo se puede mejorar incorporando nuevos aprendizajes que vayan más allá
de la capacitación técnica, que le den oportunidad a cada persona de considerar
sinceramente otras realidades humanas, que generarían vidas de con más
calidad y compromiso.
La persona humana se mira como una realidad compleja que tiene en su
horizonte de realización la vida con los otros con los que forma una sociedad y
genera cultura, que además no sólo vive para
desaparecer porque es una realidad trascendente.
El concepto de educación para la muerte es algo más; no es intervención
psicológica en desastres y catástrofes, no es atención en cuadros de estrés
postraumático, ni se ocupa de lo que corresponde una psicoterapia en casos de
duelo no superado. Es una apertura para la formación, que se apoya y construye
desde la muerte como un ámbito de extraordinario potencial formativo. Es un
camino para conectar la educación ordinaria con la educación de la conciencia.
Se hace pertinente, entonces, tener propuestas que pongan por delante este
nuevo paradigma, subrayando una idea ya antes dicha: la educación debe ser algo
más complementario y holístico, no sólo respecto
a su deseo de instruir a las personas para desempeñarse de forma eficiente en
su comunidad sino, respetando el sentido
profundo del significado de la vida humana como trascendencia.
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