martes, 4 de agosto de 2020

La Tanatología Educativa

 

Por. Mtro. Omar Olvera Cervantes

Últimamente podemos constatar el producto de las diferentes propuesta educativas que han variado casi cada sexenio, al menos en nuestro país, lo cual ha generado brechas culturales intergeneracionales y eso sin mencionar todavía el aspecto informal pero altamente efectivo de la reeducación desde los medios masivos de comunicación que se han extendido gracias al internet y la telefonía celular que nos permite participar y generar información en tiempo real, que inmediatamente es compartida y replicada, teniendo un impacto consiente e inconsciente en la continua configuración de la conciencia social. A este factor se agregan los modelos mercadológicos que definitivamente han creado un tipo de conciencia egoísta y pragmático implantando una mentalidad del desecho.

Un aspecto deficiente que se va convirtiendo en tendencia es en nuestra cultura occidental es la incapacidad de detenernos a contemplar aspectos de tipo trascendente, que no son prácticos y que además son improductivos en términos materiales y que tienen que ver con una realización más profunda de la vida. Se promueve una negación de los límites humanos, por eso cuando aparecen la enfermedad o la muerte nos conflictuamos de una manera desproporcionada, ya que aun siendo elementos propios de la vida no se les considera y por ello cuando aparecen se convierten en fuentes de conflictos y patologías.

La tanatología educativa trata de incluir la perspectiva existencial completa, no sólo las habilidades que nos hacen funcionales en una sociedad construida para producir y consumir. Se propone incluir en los modelos educativos formales e informales la perspectiva de la muerte, para considerar nuestros límites naturales de forma consiente.

Esta propuesta considera que, al incluir estos conceptos, se puede lograr que cada sujeto valore su propia vida y sus relaciones desde una postura más integral, al mismo tiempo que su capacidad resiliente ante las adversidades puede fortalecerse dándole herramientas para superarse y ampliar la calidad de sus relaciones, considerando nuevos sentidos para su vida desde una postura llena de esperanza. 

En la antigüedad el tema de la muerte no era omitido. Se ve en la experiencia de los grandes maestros espirituales monásticos, que el considerar la muerte propia cada noche evaluando sus propios actos, confrontándolos con la posibilidad de morir les daba la oportunidad de ser mejores, de ser más libres. Es ver la muerte desde lo holístico, lo humano y lo complejo.

No tiene nada de malo aceptar los límites del actual modelo educativo. Se trata de darnos cuenta de que lo que ya se está haciendo se puede mejorar incorporando nuevos aprendizajes que vayan más allá de la capacitación técnica, que le den oportunidad a cada persona de considerar sinceramente otras realidades humanas, que generarían vidas de con más calidad y compromiso.

La persona humana se mira como una realidad compleja que tiene en su horizonte de realización la vida con los otros con los que forma una sociedad y genera cultura, que además no sólo vive para desaparecer porque es una realidad trascendente.

El concepto de educación para la muerte es algo más; no es intervención psicológica en desastres y catástrofes, no es atención en cuadros de estrés postraumático, ni se ocupa de lo que corresponde una psicoterapia en casos de duelo no superado. Es una apertura para la formación, que se apoya y construye desde la muerte como un ámbito de extraordinario potencial formativo. Es un camino para conectar la educación ordinaria con la educación de la conciencia.  

Se hace pertinente, entonces, tener propuestas que pongan por delante este nuevo paradigma, subrayando una idea ya antes dicha: la educación debe ser algo más complementario y holístico, no sólo respecto a su deseo de instruir a las personas para desempeñarse de forma eficiente en su comunidad sino, respetando el sentido profundo del significado de la vida humana como trascendencia.




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