Altruismo
Psicoterapeuta
Victoria Molina
Según el diccionario de la Real Academia Española, altruismo
es: “Diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio”. Es un
concepto que se utiliza cotidianamente y al que se le asigna una característica
fundamental: que la acción sea en beneficio de otro(s), pero nunca en beneficio
propio -sin importar los costos o esfuerzos que conlleve, mismos que no se
espera sean recompensados de manera alguna-.
Una conducta altruista es:
- Voluntaria, intencionada para ayudar.
- Sólo busca el beneficio de ayudar y evitar el malestar
en los demás.
- Su objetivo o meta no es recibir beneficios o
recompensas a cambio.
A pesar de coincidir en los puntos mencionados, hay una
clara división de posturas respecto al altruismo:
1) Los que defienden la conducta altruista como natural en
el ser humano, por lo tanto, es universal y siempre ha existido. Aquí
encontramos algunas corrientes filosóficas y religiosas. El altruismo es una de
las características más resaltadas en la mayoría de las religiones como el
cristianismo, el judaísmo, el budismo, el hinduismo, entre otras, en las que el
ser humano es un ser noble, creado a semejanza de su dios y, por tanto, actúa
naturalmente en beneficio de los más necesitados.
2) Los que afirman que la conducta altruista no es algo
innato, sino una conducta aprendida y desarrollada. Como lo es la conducta prosocial (no necesariamente altruista),
que es una conducta de colaboración, cooperación y ayuda, con el fin de
mantener la convivencia social, beneficiando al grupo y cohesionándolo, por lo
tanto, necesaria para la supervivencia.
El enfoque que predomina en psicología es el segundo, el
que considera que el ser humano siempre actúa por motivos ‘egoístas’ (ya sea de
forma consciente o inconsciente). Pero es necesario aclarar que la palabra
‘egoísta’ ha adquirido una connotación, además de peyorativa, distorsionada en
cuanto a la profundidad de su significado. ¿Con base en qué se asume que los
‘intereses propios’ son antagónicos o incompatibles con los intereses de los
otros?
Como vemos, hablar de altruismo -y egoísmo- es hablar de
términos muy ligados a los conceptos de ética y moral. Autores, como
Schopenhauer, han dicho que la moral es el mayor enemigo del egoísmo. Y en esa
línea, el altruismo representa un valor inestimable, porque si nos dejamos
guiar por él, se promoverá el
bienestar de los otros.
Se dice que las personas pueden ayudar a otros ya sea
llevadas por una motivación egoísta, como por una motivación altruista.
Actualmente, muchos investigadores son partidarios de considerar la empatía
como motivador fundamental de la conducta altruista, sin embargo esta tendencia
a reaccionar ante el sufrimiento de otra persona, se desarrolla (o no) con la
experiencia a lo largo de la vida, hasta alcanzar su expresión adulta. Por eso,
aunque nacemos con una predisposición a la empatía, para que se traduzca en una
conducta altruista son necesarios los procesos madurativos y experienciales,
igual que lo son para otras conductas. Entonces, volvemos a caer en la postura
de que la conducta altruista es más aprendida que innata.
Por otro lado, el descubrimiento, por psicólogos
israelíes, del primer gen vinculado al comportamiento altruista, sustenta el
hecho de que el acto de ayudar y la sensación de placer asociada a esta acción,
vienen influenciados genéticamente. Parece ser que este gen es responsable,
entre otras cosas, de sensibilizar los receptores del neurotransmisor dopamina,
lo que genera en el cerebro la sensación de bienestar. La dopamina podría
jugar, de esta forma, un papel esencial en el comportamiento social: las personas
predispuestas genéticamente al altruismo harían buenas obras porque se sienten
mejor a través de sus actos positivos.
Parece existir evidencia de que los actos de generosidad
humana pueden tener profundas raíces biológicas en la información almacenada
por miles de años en nuestros genes y en mecanismos que operan
inconscientemente. Sin embargo, aunque se pueda nacer con cierta predisposición
genética hacia el altruismo, la familia y el ambiente ejercen una influencia
fundamental para promover o no este comportamiento.
El altruismo constituye un rasgo de la personalidad que,
si no se posee, se debe ir adquiriendo y modelando paulatinamente con el
proceso de madurez, ya que también representa un importante factor de
equilibrio emocional.
Para concluir, podemos decir que si el comportamiento,
tanto el egoísta como el altruista, es el producto de la interacción de genes,
inconsciente y ambiente, habrá individuos más dispuestos a conductas altruistas
que otros, pero finalmente la cultura, a través de la educación, tendrá un peso
determinante para fortalecer esas potencialidades.
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