sábado, 26 de diciembre de 2020

Relación de Ayuda

 Por: Psic. Cliserio Rojas Santes

La palabra que sana

Cuando atravesamos por una crisis o problemas psicológicos y relacionales en nuestra vida cotidiana, los resolvemos – o tratamos de resolverlos - con los recursos con los que contamos, con los que conocemos y de acuerdo con nuestra experiencia. Muchas veces no nos detenemos a pensar, a reflexionar si en realidad estamos utilizando lo mejor de nosotros. Si pusiéramos un poco de atención nos daríamos cuenta de que, sin decidirlo o premeditarlo, tenemos un estilo propio para afrontar todo lo que se nos presenta. Hay muchas personas que lo explican todo con un “así soy”, “así lo aprendí”, “siempre he sido así”, “siempre me ha funcionado”, etc… Por eso encontramos estilos muy varios: el que habla mucho, quien da muchos consejos, quien mucho escucha, quien se pone ansioso, quien se desespera, quien regaña, quien siempre envía a los expertos, etc. Estos diferentes estilos de ayuda relacional sin embargo pasan desapercibidos.

Sucede que, cuando esos recursos no le son suficientes a la persona para resolver o sobrellevar sus problemas, es necesario buscar o pedir ayuda. Aquí nace la relación de ayuda: la tentativa de ofrecer una ayuda relacional por parte de “no – expertos”. A menudo no estamos preparados para esta tarea.

 

¿Qué es este término? Entre los diferentes modos de ayuda, encontramos también una ayuda “a través de la palabra”. Ha existido siempre, pero ha adquirido un nuevo sentido y nueva importancia por el desarrollo de las ciencias humanas del comportamiento que nos ofrecen nuevas herramientas para conocer al interlocutor y desarrollar nuevas y más adecuadas modalidades de comunicación. Pues bien, la Relación de Ayuda “es un tipo particular de relación entre un ayudante preparado y una persona en busca de ayuda”; esta relación aspira - a través de la práctica de actitudes y del uso de técnicas apropiadas –, a favorecer el crecimiento del individuo a nivel personal, intelectual y espiritual.

 

Objetivos de la Relación de Ayuda

La Relación de Ayuda - o Counseling como también se le ha llamado en la cultura estadounidense -, es utilizada para favorecer en los individuos un nivel mayor de realismo, de responsabilidad hacia una mayor armonía interior.  A la vez se busca que la persona descubra y desarrolle sus potencialidades en todas las dimensiones de su ser: físicas, intelectuales, emocionales, sociales y espirituales.

 

En el mundo de la salud, se hace patente la necesidad de profesionales que tengan la capacidad de acoger, escuchar, comprender, respetar y acompañar a los pacientes que deambulan entre un torbellino de dudas, preguntas, miedos, corajes e infinidad de emociones y situaciones. Es importante que el profesional de la salud ya sea médico, enfermera, psicólogo, trabajador social, orientador espiritual o voluntario se prepare en estos menesteres, ya que el contacto con personas necesitadas forma parte del normal quehacer diario. Su papel es también el de dialogar con personas que viven y sufren conflictos emocionales o espirituales y no encuentran por su cuenta y con sur recursos salida o se les dificulta encontrarla.

 

La Relación de Ayuda no es solamente para enfermos, sino para todas aquellas personas que no están satisfechas con la vida que llevan en su familia, matrimonio, hijos, trabajos, o problemas de fe, etc. A todas estas personas se les puede ofrecer un acompañamiento a través de la escucha y un diálogo.

 

Otro de los propósitos de la Relación de ayuda es ofrecer un método para superar las dificultades psicológicas inmediatas, es decir, la persona que se ve ayudada a reconocer sus dificultades, recursos y pistas de solución, puede aprender como tratar situaciones análogas, ya sean éstas enfermedad, muerte, crisis matrimoniales, despidos laborales, falta de autoestima, etc. La persona ayudada aprende nuevas y más constructivas maneras de enfrentar la realidad.

 

Con todo lo anterior nos damos cuenta de lo valioso que resulta el poder dar o recibir una relación de ayuda. Espero que en próximos números nos siga favoreciendo con su preferencia, para así seguir ahondando más en este gran tema que es la relación de ayuda.




martes, 22 de diciembre de 2020

Nueva normalidad

 Por: Silvio Marinelli

La primera vez que escuché la expresión “nueva normalidad” quedé perplejo. Estos dos conceptos parecen pelearse entre sí, y su unión – “nueva normalidad” – parece una paradoja.

            El concepto de “normalidad”, en efecto, me hace pensar en algo que se repite, que tiene una tradición consolidada detrás, que da seguridad porque ya la hemos ensayado y está bajo control: es normal levantarse, arreglarse, empezar la actividad laboral que se repite según criterios y acciones similares a las que hemos vivido los días y años anteriores; es “normal” encontrarse con las personas, etc.

            El concepto de “novedad” pone en discusión, altera y modifica la “normalidad”. Lo nuevo es siempre cambio en la rutina, riesgo de modificar lo que ya sabemos hacer y cómo pensar.

            Reflexionando mejor, me di cuenta de que lo que nos toca vivir con la pandemia del COVID-19 es, efectivamente, una novedad que debe convertirse en normalidad. Muchos aspectos de nuestra vida han cambiado y todo nos hace pensar que muchos cambios se establecerán de manera continuativa en nuestra existencia: una mayor atención a las medidas de distanciamiento, el uso masivo de las redes sociales, una parte del trabajo que migra a teletrabajo, nuevas formas de enseñanza y de aprendizaje, sólo por poner algunos ejemplos.

            La novedad nos ha desestabilizado, desinstalado, no sólo desde el punto de vista espacial, reduciendo los lugares accesibles, y temporal, obligándonos a invertir mejor el tiempo disponible (para muchos ha aumentado significativamente), sino también en nuestras convicciones, deseos y esperanzas. La pandemia nos confrontó y nos confronta con la realidad; ha hecho derrumbarse mitos ilusorios y certezas falaces y nos recuerda que todo en la vida es don. Hemos adquirido una mayor conciencia de la provisionalidad de los proyectos; pudimos tener la oportunidad de liberarnos de lo inútil; la pandemia nos educó a la paciencia, etc.

            Ojalá hayamos llegado a ser más responsables, más reflexivos, más humildes y más esenciales. Tal vez hemos podido redescubrir el valor de la naturaleza y del silencio, un nuevo uso del tiempo y del espacio, un tiempo dilatado y un espacio reducido, la importancia de las relaciones.

            Como afirma Papa Francisco: «Hoy podemos reconocer que nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad. Hemos buscado el resultado rápido y seguro, y nos vemos abrumados por la impaciencia y la ansiedad. Presos de la virtualidad, hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad».

            En la nueva realidad, hay muchas ruinas que reparar: estrés y conflictos familiares, pobreza por la falta de trabajo, fracaso de muchas actividad productivas, jóvenes y niños solos y aislados, presencia difícil y reducida de la Iglesia, exceso de trabajo en los hospitales (con nuestro agradecimiento a estos profesionistas entregados), duelos no resueltos por prácticas funerarias rápidas y sin familiares; contagio de miedo y ansiedad; soledad; ancianos con traumas psicológicos por apoyos no recibidos, ausencias dolorosas, adioses no dichos, duelos no concluidos.

            «Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. ... Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces…» (Papa Francisco, Todos hermanos).

            La verdadera esperanza es que la nueva normalidad no sea demasiado parecida a la forma de vida que teníamos antes.




viernes, 13 de noviembre de 2020

La mujer de hoy

 Por: Psic. Luz Teresa Millán Hernández

Los cambios que enfrentamos hoy en día las mujeres son monumentales. Cada vez somos más las que sentimos la inquietud de conocernos, despertar, crecer, tener un lugar en el mundo, luchar, prepararnos, hacer, soñar, amar, etc. Y cierto es que, poco a poco, vamos logrando y ganando algunas batallas gracias a grandes y pequeñas cosas de tantas y valientes mujeres que se están moviendo; todas vamos consiguiendo día a día que el mundo se dé cuenta de la importancia de nosotras al margen de nuestra capacidad para procrear. Intentamos llegar a ser plenas, desarrollando nuestro potencial y siguiendo algún sueño. Y para lograr el equilibrio buscamos guías espirituales que nos muestren el camino, grupos de crecimiento, leemos, pedimos, hablamos, meditamos, oramos… Cada que una mujer decide tomar el timón de tu vida, ofrece nuevas posibilidades y guía a otras mujeres a hacer lo mismo.

En mi propia búsqueda espiritual, muchos son los hallazgos que han marcado mi vida; talleres, retiros, maestros de vida, psicoterapia, libros, guías espirituales… pero sin duda la obra “Mujeres que corren con los lobos” la ha marcado de una manera contundente, completa y apasionante.

Su escritora, Clarissa Pinkola Estés, es doctora analista Junguiana, poetisa y narradora de cuentos. Hija de madre mexicana y padre español, es adoptada posteriormente por una familia húngara. A través de las tradiciones heredadas de su rica y vasta cultura, nos lleva a viajar con los mismos relatos infantiles que la acompañaron a ella en su niñez de las voces de abuelas, ancianas, tías y otras mujeres de su familia. De esta manera y a través del tiempo, empieza a dilucidar lo que ella llama “Naturaleza femenina en el arquetipo de la mujer salvaje” dándole forma a su auténtico rol y misteriosa complejidad. Cabe mencionar que la palabra “salvaje” en esta obra hace alusión a lo inocente, puro, original, sano y no contaminado.

Esta apasionante obra, es un viaje de reencuentro con nuestra espiritualidad que constituye un descubrimiento de la interioridad femenina a través del desarrollo y uso de la intuición. Haciendo un profundo análisis de una serie de cuentos que tienen la característica de actuar como medicina del alma, sobre el andar de la mujer por el mundo y el camino para alcanzar el “arquetipo de la mujer salvaje”; además de familiarizarnos con conceptos y símbolos que hacen referencia a lo que conforma la “esencia femenina”, alcanzamos una transformación del corazón que se lleva a cabo desde nuestro interior para conocernos desde nuestras raíces más profundas, reconectando con nuestra sabiduría natural y renaciendo como mujeres completas, leales y fieles a los dictados de la intuición.

Nuestra vida se entreteje de los momentos de nuestro caminar: la vida no es estática por mucho que nos empeñemos en que así sea, siempre está en movimiento y cada experiencia invita a la transformación como evolución y crecimiento, alimentamos el deseo de modelar nuestra propia vida y aprender a cuidar de nosotras mismas, anhelamos el reconocimiento frente a la invisibilidad impuesta por la cultura, la sociedad, la propia familia y la religión, este reconocimiento es una manera de gritar a los demás que estamos vivas y que queremos un lugar en el mundo. La invisibilidad es un factor común de tantas y tantas mujeres que trabajan a la sombra entregando su vida sin recibir valoración y reconocimiento.

Y así vivimos en dos mundos: el mundo de abajo, el interior, el personal, el espiritual, el secreto y el mundo de arriba, el exterior, el público, el “normal”. Lo que intuimos y sabemos en el mundo de abajo rara vez se acepta con simpatía en el mundo de arriba, este mundo exterior nos promete el calor del hogar si obedecemos los roles sociales que marca la cultura, exigiéndonos dejar a un lado nuestra “esencia salvaje”, nuestro verdadero ser so pena de ser exiliadas si desobedecemos la norma.  

El tema del exilio y exclusión es una profunda herida para quien lo vive y, sin embargo, tan muy común en nuestros días; exiliamos y excluimos a “la o el diferente”. La mujer conoce muy bien lo que significa esto, conoce muy bien lo que es el exilio. El precio que paga toda mujer por hablar, por decir “no”, por cuestionar, por ser diferente y por querer dejar el estereotipo que le impuso la norma, sin duda, será el exilio. Desde pequeñas se esperó de nosotras convertirnos en un tipo de mujer con cierto comportamiento, ciertos valores y hasta un tipo de belleza, todo esto contenido en un estereotipo muy direccionado a complacer y ser todo para todos sin importar si queremos o no; si estamos cansadas, si nos gusta, si tenemos sueños pendientes por alcanzar. Los sobresaltos en la familia no están permitidos, ¡qué barbaridad! eso jamás, eso, se castigará con el exilio y si por alguna razón se asomara nuestra “naturaleza salvaje”, la familia, la cultura, la sociedad y la religión no se detendrán para hacernos regresar a la norma y hacer de nosotras “mujeres sumisamente perfectas”.  A donde nuestra alma nos pide mirar; la cultura nos dirá, “vuélvete ciega, muda y sorda,” sufriendo desde la infancia una herida en nuestra fuerza “yóica”. Si pudiéramos contemplar nuestro corazón, veríamos el profundo anhelo de ser reconocidas y aceptadas con nuestras cualidades y limitaciones, esto, le conferiría vitalidad al alma, autoestima, sentido de merecimiento, identidad y alegría de vivir.

En nuestra psiquis, hay una parte ingenua que se deja seducir incluso por lo que sabemos que no nos conviene, pero también, está la intuición que es cautelosa y una fuerza que nos habla y ofrece la seguridad de estar haciendo lo correcto. A la intuición se la puede ver como amenazante, porque cuando la descubrimos dentro de nosotras, somos capaces de todo: poner límites, dejar una relación, dejar un hogar, un trabajo, buscar la soledad, perdonar y quebrantar, si lo vemos necesario, las normas que nos enseñaron. Esa fuerza femenina, dice Clarissa Pinkola, es la “loba” que lucha ferozmente por lo que merece vivir y suelta aquello que debe morir, justo lo que vamos a necesitar en este viaje espiritual de individuación. Para vivir en equilibrio con nuestra materia y nuestro espíritu, basta con aprender a observar la naturaleza respetando sus ciclos para respetar los nuestros que son los mismos. La base de la sabiduría femenina estriba en respetar los ciclos de gestación, vida y resurrección que ella define con el término de Vida/Muerte/Vida a lo largo de toda su obra.  

Desafortunadamente, la sabiduría de estos ciclos empieza a perderse desde que somos unas niñas. Toda esta esencia espiritual se empieza a empolvar y a borrar, hasta que olvidamos que tenemos una sabiduría interna que hemos aprendido en la profundidad de la vida. Hoy en día se sigue rechazando y reestructurando la naturaleza femenina, obligándola a adaptarse a modelos y estructuras artificiales para así terminar normalizando lo anormal.

Así, vivimos la vida sin grandes pretensiones porque no nos las permiten, trabajamos empujadas a movernos dentro y fuera de casa por motivos económicos, atendemos a nuestras familias y a los familiares ancianos, vigilamos la mayor parte de las tareas domésticas, nos relacionamos, nos enfrentamos a todo, muchas veces solas; sin embargo, tratamos de equilibrar los valores que nos marca el mundo con lo que nos dice nuestra intuición, nuestros talentos y nuestra sabiduría y a pesar de los obstáculos luchamos con inteligencia, corazón y creatividad por llegar a ser lo que ya sabemos que hemos de ser.

“Todos sentimos el anhelo de lo salvaje. Y este anhelo tiene muy pocos antídotos culturalmente aceptados. Nos han enseñado a avergonzarnos de este deseo. Nos hemos dejado el cabello largo y con él ocultamos nuestros sentimientos. Pero la sombra de la Mujer Salvaje acecha todavía a nuestra espalda de día y de noche. Dondequiera que estemos, la sombra que trota detrás de nosotras tiene sin duda cuatro patas” (Clarisa Pinkola Estés).

Entonces, el único camino que nos queda es recurrir a nuestras propias fuerzas y confiar en Dios; Dios nos dio la intuición… ya somos criaturas plenas y necesitamos recordarlo, recordar nuestros dones (inteligencia, capacidad de juicio, decisión, resolutiva, con iniciativa, fuerte, perseverante, intuitiva, amorosa, que perdona, solidaria, espiritual...) Un día, comenzamos a darnos cuenta de que la vida es mucho más que aquello que siempre han esperado de nosotras y hacemos, conscientes de nuestros deseos que se hallan atrás de los límites establecidos, todo esto, a través de una serie de señales que no podemos fingir no ver: revisamos el ayer y éste deja de atraernos, no nos gusta nuestro presente, nuestras creencias sobre la vida y sobre nosotras ya no tienen peso, aparece el caos y las voces internas todas con mensajes diferentes, la rutina repitiendo una cosa indefinidamente cansa, ya no queremos seguir diciendo sí, seguido de otro y otro a lo que siempre hemos dicho “SÍ”, ¡la posibilidad del “NO” aparece! deseamos dejar de ser lo que el mundo cree que debemos ser, nos preguntamos ¿quién soy, que no soy como era?, ¿qué quiero?, ¿a dónde voy?,¿qué quiere Dios en realidad?, ¿qué mujer quiero ser? he sido una buena hija, una buena esposa, una buena madre, una buena ama de casa, una buena profesionista, he seguido siempre las normas de otro... Parece ser que lo único que no he sido es: “ser yo misma”.

“Se trata de un descubrimiento que nos afecta a todas en algún momento de nuestra vida, tal vez no sea agradable, pero saben a vida, se trata de un momento sencillo pero solemne; es el tiempo de la pascua, algo muere y algo comienza a existir” (Joan Chittister). El Centro San Camilo A.C. en su oferta educativa ofrece este viaje espiritual de individuación del corazón en un taller de desarrollo personal femenino basado en el libro: “Mujeres que corren con los lobos”.




sábado, 7 de noviembre de 2020

Acompañamiento en el duelo


Por: Mtro. Arturo Salcedo Palacios


A continuación, mencionamos algunas etapas en el proceso de duelo:

 Nos enfermamos físicamente

Muchas veces, un síntoma que manifiesta la pérdida o el duelo es el dolor físico o una enfermedad específica; es decir, somatizamos nuestro estado de ánimo. Algunas de las sensaciones corporales más comunes son náuseas, palpitaciones, opresión en la garganta, dolor en la nuca o en la cabeza; nudo en el estómago, pérdida del apetito, insomnio o dormir de más; fatiga, sensación de falta de aire, punzadas en el pecho, pérdida de fuerzas, dolor de espalda o cuello, hipersensibilidad al ruido, visión borrosa...

Existe una relación estrecha entre la enfermedad y la forma en que vivimos el duelo. A menos que alguien la ayude a superar sus problemas emocionales, como un «cuidador» –un buen amigo, un familiar, un grupo de apoyo–, probablemente continuará físicamente enferma. La medicina difícilmente será la solución, cuando lo que duele es el alma. En este contexto de dolor físico, los fármacos aparentemente hacen efecto por un tiempo, pero el síntoma regresa y regresa. Biológicamente no hay diagnóstico, pero estamos enfermos: es una forma de esconder la hostilidad, la culpa, el coraje y los resentimientos causados por el duelo.

Es necesario revisar lo que nos sucede, canalizarlo y recurrir a la persona apropiada o a un grupo de apoyo que nos ayude a reencontrar el sentido de nuestra vida. La Sra. García debe ser ayudada a entender el origen de sus males y, sobre todo, debe ser apoyada para trabajar sus sentimientos de pérdida.

 

Podemos sentirnos muy asustados

Es posible sentir mucho miedo, debido a que no podemos pensar en otra cosa que no sea la pérdida, y sentirnos atrapados en el miedo al futuro: cómo continuar sin lo perdido. Esto nos resta efectividad en todo lo que hacemos y, hasta cierto punto, nos paraliza. Nuestro trabajo lo resiente y dejamos de ser productivos, incluso podemos preguntarnos sobre nuestra salud mental, porque lo que estamos viviendo afecta nuestra capacidad de concentración; cuando la gente nos pregunta algo, no lo registramos y normalmente la respuesta es: «¿qué dijiste?»

 

Pasa por nuestra mente cantidad de pensamientos desagradables que nos distrae de nuestra realidad, aunque debemos saber que la dificultad de concentración y el estar nuestra mente fija en lo que perdimos más que en el ‘aquí’ y ‘ahora’, es parte natural del proceso, sobre todo al inicio del duelo, hasta que, poco a poco, vamos reasumiendo nuestras actividades cotidianas, aceptando que lo perdido ya no está, que se fue para siempre; sobre todo en el caso de la muerte de un ser querido o un divorcio.

 

En esta etapa, lo importante es darnos cuenta que los miedos son parte de la crisis y no asustarnos gratuitamente de sentirnos como nos sentimos; no debemos permitir que el miedo a lo desconocido se convierta en pánico. No debe sorprendernos el hecho de estar viviendo algo que, quizás, nunca habíamos experimentado, y que ello nos provoque desesperación interior. Incluso sentir que nos volvemos locos es una de las trampas que el duelo hace aparecer en nuestra mente.

 

Para avanzar en nuestro proceso, debemos estar muy abiertos a las relaciones humanas: amigos, familia, «cuidador»; incluso a relaciones nuevas y diferentes, como los grupos de terapia donde encontraremos personas que están «en el mismo barco», viviendo la misma experiencia que nosotros. Aunque la tentación sea encerrarnos y quedarnos solos, debemos hacer un esfuerzo por movernos, avanzando en nuestro duelo; lo mismo debemos hacer con los malos pensamientos: no aceptarlos pasivamente, sino intentar cambiarlos en nuevas ideas, más sanas y positivas. No se vale quedarnos nada más revolcándonos en nuestra melancolía, en nuestra tristeza y abatimiento.

 

Sentimiento de culpa

Al hablar del sentimiento de culpa, lo primero que necesitamos hacer es aprender a distinguir entre la culpa normal y la culpa neurótica. La primera es cuando hemos sido negligentes o hacemos algo que transgrede los valores de nuestra sociedad, nuestra familia o nuestra religión. La segunda es cuando experimentamos una culpa desproporcionada o inventada.

Cuando sufrimos la muerte de un ser querido y sabemos que en vida nos equivocamos con él o ella, que dejamos de hacer cosas que estaban a nuestro alcance para mejorar nuestra relación, que nuestras actitudes lastimaron a tal persona; que fuimos injustos, peleamos y ofendimos, es natural sentir una culpa real y arrepentirse por lo sucedido. «Sé que he pecado de pensamiento, palabra, obra u omisión» y trato de abrirme a la gracia de Dios, mediante la oración y la Confesión, después de un genuino arrepentimiento y aceptando su perdón, que me lleva a una honesta reconciliación.

Si, por el contrario, agrando el hecho y lo distorsiono, y se convierte en algo inmanejable, ya hablamos de una culpa neurótica. Por ejemplo:

La culpa neurótica nos engancha con una situación desproporcionada, fuera de lo real, y la convierte en algo que nadie nos puede perdonar, ni Dios. Necesitamos hablarlo con alguien que nos ayude a entender nuestros límites como seres humanos. Tal culpa no es más que un mecanismo de evasión que nos bloquea en nuestro proceso de duelo. Algo similar sucede con las blasfemias: al cegarnos por la ira del dolor, inventamos un Dios injusto, cruel, que no existe y, al reaccionar de nuestra pelea con Él, normalmente nos sentimos miserables, ruines, sin redención, lo que da lugar a una especia de autolinchamiento nada sano y con un costo emocional muy alto, que conlleva mucho sufrimiento inútil caracterizado por una angustia, una congoja, una aflicción y un dolor que nos enferman con los síntomas físicos ya referidos.

 



Ideas tomadas de Good Grief, de Granger Westberg.

sábado, 31 de octubre de 2020

Pastoral de la salud Una mirada general

 Por: Pbro. Silvio Marinelli

Ya se hace mucho…

Laicos comprometidos que viven su labor profesional como misión e intentan conjugar la competencia con la caridad cristiana... Médicos y enfermeras que prestan su servicio voluntario, después de su compromiso laboral, en dispensarios, asilos, comunidades terapéuticas… Voluntarios, miembros de grupos parroquiales, ministros de la Comunión que visitan a los enfermos en sus hogares y en los hospitales y asilos… Grupos, asociaciones, movimientos que trabajan en el sector de la formación humana y cristiana de la sociedad con conferencias, cursos y talleres, publicaciones y uso de los medios de comunicación masiva… Grupos comprometidos en la recolección de fondos, en el apoyo material y psicológico de niños, adultos y ancianos con problemas de enfermedad, discapacidad, adicción y otros problemas… Organización de estructuras: asilos, centros terapéuticos, dispensarios, centros de salud… Personas que rezan por los enfermos y sus cuidadores…

 

Este es el mundo de la pastoral de la salud con sus protagonistas y sus trabajos. Un mundo complejo y muy articulado con diversidad de propuestas, patrones de conducta, medios, capacitación, resultados…

Una realidad, la pastoral de la salud, que siempre ha existido en la vida de la Iglesia, que ha cambiado a lo largo de los siglos, que ha buscado, con más o menos éxito, una doble fidelidad: al Dios de la vida y al hombre amado por Dios.

 

Se lleva a cabo con las familias de los enfermos en sus hogares, en las estructuras, particularmente en las públicas que atienden a los derecho-habientes y a los que no tienen seguro social y más necesitan apoyo y ayuda. Se desarrolla también en la sociedad civil, para que brinde mayor atención y muestre mayor interés hacia los hermanos enfermos.

 

Se trata de algo práctico, un “hacer”. Involucra la inteligencia, la voluntad, la sensibilidad emocional, las manos, la mente y el corazón.

 

La pastoral de la salud

De una forma muy sencilla, la pastoral de la salud se puede describir como el esfuerzo de la Iglesia para llevar la luz y la gracia del Señor a los que sufren y a los que los cuidan.

Ante todo la “luz” del Señor, con los valores evangélicos de servicio, solidaridad, respeto de la dignidad de cada ser humano, de ternura, de perdón de los errores y pecados. La luz de Jesucristo ilumina el misterio del sufrimiento; empuja a la lucha para lograr la salud; motiva al compromiso de los sanos; alumbra las decisiones éticas fundamentales respecto al inicio y al fin de la vida, al cuidado debido, al trato adecuado.

La pastoral de la salud no es sólo un “anuncio”, una “proclamación”. Es, al mismo tiempo, servicio concreto, celebración, experiencia de comunión.

La gracia del Señor se manifiesta a través de la celebración de los sacramentos y la vida de oración y litúrgica: nos da la gracia, es decir la fortaleza para seguir nuestro compromiso de vida cristiana. La liturgia es el momento más importante para “cargar las pilas” de nuestro esfuerzo y compromiso. Sin la gracia de Dios el enfermo pierde la esperanza y las ganas de luchar y mantenerse fiel. Sin la ayuda del Señor el “ayudante” pierde las motivaciones, la rutina se apodera de él, encuentra otras ocupaciones sólo en apariencia más urgentes.

La gracia se manifiesta también a través de una vivencia de solidaridad en la fraternidad: la soledad y la tristeza están siempre al acecho en la situación de enfermedad. La gracia de Dios se manifiesta a través de relaciones auténticas, de amistad, de cercanía cariñosa.

Muchas veces la enfermedad se conjuga con la pobreza, el desempleo, la necesidad de gastar ingentes sumas de dinero para asegurar un acompañamiento continuo o para gastos en fármacos e intervenciones quirúrgicas. La pastoral toma en este caso un sentido social ayudando en las dificultades económicas y permitiendo el acceso a todos los servicios de salud necesarios.













martes, 20 de octubre de 2020

RESILIENCIA Y DESGASTE EN EL CUIDADOR

 

Desde el momento en que se diagnostica una enfermedad crónico degenerativa, se debe hablar de los cuidados paliativos, con el objetivo de brindar calidad de vida a personas con enfermedades de larga evolución, en donde se presenta temor al abandono, a la soledad, miedo a la invalidez y a tener que depender de los demás para llevar a cabo sus necesidades psico-fisiológicas y espirituales, padeciendo dolencia habitual, y múltiples situaciones estresantes en el individuo, hasta llegar al final de la vida. Para lograr este objetivo de brindar la calidad de vida, se requiere de un equipo multidisciplinario, el cual abarca los aspectos físico-biológicos, sociales, emocionales y espirituales de un paciente crónico degenerativo.

            Parte de este equipo multidisciplinario es el cuidador, que es la persona o institución, que asume primariamente la responsabilidad para abastecer acciones de soporte a los pacientes. Un 85% de los cuidadores son mujeres de edades que oscilan entre los 45 a 60 años, y están sometidos a una situación continua de estrés que incrementa su vulnerabilidad biológica. Son los encargados de entender señales o pistas de dolor, desaliento, urgencia, alegrías, carencias, etc. Son como los detectives que están en busca de una señal que inconforme o incomode al paciente. Contraen una carga física y psíquica, se responsabilizan de la vida del paciente, en cuanto a la medicación, higiene, alimentación, etc., en consecuencia se va perdiendo paulatinamente su independencia, porque el paciente le absorbe cada vez más y se desatiende a sí mismo, no tomando el tiempo necesario para su propia vida.

            Existen dos síndromes de los cuidadores: 1.-Sobrecarga del cuidador y 2.-Sindrome de Burnout. El primero se presenta en los cuidadores que son familiares y el de Burnout se presenta en los que tratan con personas, es decir, que parte de su labor es el trato con personas, así como los trabajadores de la salud. Son realmente situaciones similares y ambos presentan la  misma sintomatología, lo que los distingue es la remuneración económica (Burnout es por trabajo) a diferencia de la sobrecarga de trabajo. Otra diferencia es el estriba en los sentimientos que se tienen hacia el paciente siendo cuidador por trabajo o por compromiso familiar; y por último la diferencia es que se han realizado investigaciones de Burnout sólo en trabajadores que laboran con personas, tales como a enfermeros, médicos, maestros, etc.

            Existen señales de alerta para estos síndromes las cuales son:

v  Problemas de sueño.

v  Perdida de la energía, fatiga crónica, sensación de cansancio continuo, etc.

v  Aislamiento.

v  Consumo excesivo de bebidas con cafeína, alcohol o tabaco.

v  Consumo excesivo de pastillas para dormir u otro medicamento.

v  Problemas físicos como: palpitaciones, temblor de manos, molestias digestivas, etc.

v  Cambios frecuentes del humor.

v  Desinterés en su arreglo.

            Debemos estar alertas  si observemos varias de estas señales en los cuidadores, ya que por lo general son vistas por otras personas y no por él mismo. Por esta razón hay que darle a notar lo que está presentando para hacerlo consiente y derivarlo con expertos de la materia, para evitar un mayor daño físico o psicológico y  poder brindar el cuidado que el paciente requiere.

            Claro que los seres humanos tenemos la capacidad de la resiliencia en el Síndrome del Cuidador o el Síndrome de Burnout. Una de las formas de hacer la resiliencia es conocer los derechos de los cuidadores, con la finalidad de llevarlos a cabo a nivel preventivo y/o curativo, siendo estos:

q  El derecho a dedicar tiempo y actividades a sí mismos sin sentimientos de culpa.

q  El derecho a experimentar sentimientos negativos por ver al enfermo o estar perdiendo a un ser querido.

q  El derecho a resolver por sí mismos aquello que seamos capaces y el derecho a preguntar sobre aquello que no comprendan.

q  El derecho a cometer errores y a ser disculpados por ello.

q  El derecho a ser reconocidos como miembros valiosos y fundamentales de

la familia, incluso cuando sus puntos de vista sean distintos.

q  El derecho a “decir NO” ante demandas excesivas, inapropiadas o poco realistas.

q  El derecho a seguir con la vida propia.




sábado, 10 de octubre de 2020

La Muerte: lo real fantástico

 Por: Yolanda Zamora

Una de las tradiciones mexicanas más difundidas es la Muerte; así, con mayúsculas: La Muerte.

            Y es que la Muerte, para el mexicano, no reviste el drama y la solemnidad de otras culturas, la europea, por ejemplo, para las que hablar de muerte es prohibitivo, como si con ello se borrara la amenaza ineluctable del morir.  En cambio, los mexicanos desde niños, jugamos con la muerte, nos la comemos en “calaveritas de azúcar” decoradas, nos reímos de ella llamándole La Pelona, La Flaca, La Chirrifusca, La Siriquisiaca, La huesada, o La Catrina… entre otros epítetos.

Con la muerte bromeamos y hasta la hacemos bailar, “muerte rumbera”, convirtiéndola en marioneta y atándole con hilos sus huesos blancos y fosforescentes, en las carpas de los circos y en las ferias, en los parques… mientras los niños, lejos de asustarse, estallan en carcajadas sentados en sus sillas de madera con patas de tijera.

           Y es que, para el México prehispánico, en el marco de la cultura Náhuatl, la muerte era expresada en mitos diversos, pero siempre en forma creativa y trascendente, como los poemas que le cantan a lo efímero de la vida. Recordemos al rey poeta Netzahualcóyotl (1402-1472), Tlamatinime “Maestro en las cosas divinas y humanas”:

 

Yo Netzahualcóyotl lo pregunto: / ¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra? / Nada es para siempre en la tierra: / Sólo un poco aquí. / Aunque sea de jade se quiebra, / Aunque sea de oro se rompe, / Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. / No para siempre en la tierra: / Sólo un poco aquí.

 

Las crónicas dan testimonio de los lugares de los muertos en el mundo Náhuatl: Tlalocan, Mictlán, Tlatilpac… a donde iban a morar los fallecidos según hubiese sido su vida y, sobre todo, según fueran las circunstancias de la muerte y de acuerdo con la edad del difunto.  Y, así como para los griegos el inframundo pertenece a su dueño y Señor, Hades, con su mujer Perséfone (a quien, dicho sea, raptó sin decirle ¡agua va!), para los indígenas prehispánicos el lugar de los Muertos era gobernado por Mictlantecutli y su señora esposa Mictecacihuatl.

Con la llegada de los españoles, (la espada y la cruz), la evangelización y la resistencia a la imposición de creencias y hábitos de vida por parte de los indígenas, se propició un sincretismo que mezcló: rituales con ritos, salmodias con oraciones, creencias mágicas con dogmas de fe, ídolos con santos, castigos y recompensas…

 ¿El resultado?  La preeminencia de una tradición mexicana de extraordinaria riqueza que perdura hasta nuestros días, y que va de lo real de la muerte, a lo fantástico de los mitos, y convoca todas las expresiones artísticas: la poesía, la música, la gastronomía, la escultura, los cantos, la decoración, la pintura, el teatro, la artesanía… Prácticamente todas las artes convergen para hacer de la muerte mexicana una obra de creación colectiva y una manifestación de cultura popular de múltiples colores y formas, hasta alcanzar, como decía, lo fantástico.

Es la muerte mexicana, única y diferente, divertida y coqueta, provocadora y cínica… ¡es la muerte, enseñoreada de vida!

La alegría en relación con la muerte es, ciertamente, inexplicable para otras culturas. Más no para los mexicanos. Alegría que permea hasta niveles carnavalescos:

 

Por aquí pasó la muerte / con su aguja y su dedal / preguntando dónde vive / la reina del carnaval…/

 

Por supuesto que cabe la pregunta: ¿De verdad los mexicanos no le tenemos miedo a la muerte? O bien, por el contrario, existe ese temor y es tan grande, que optamos por convertirlo en juego y “llevarnos bien con la señora Muerte”. 




jueves, 3 de septiembre de 2020

Las festividades de los muertos en diferentes partes del mundo

 Por Biol. Fabiola Navares

A lo largo de la historia del hombre y de las múltiples culturas que han surgido en todo el mundo, sabemos que todas en algún momento honran a sus difuntos. Y estas festividades se hicieron más laboriosas conforme  las sociedades se hicieron más complejas.

Las festividades de los muertos no sólo se relacionan con el honor a los muertos, sino también con los ciclos de inicio de algunas cosechas. Por ejemplo, en la huasteca inicia  a finales de septiembre y concluye en noviembre; esta celebración está relacionada con la cosecha del frijol y del maíz y con el temporal de lluvias. En la actualidad, en México el 2 de noviembre es día de los fieles difuntos o día de los muertos.

En las comunidades indígenas, quien erige un altar de muerto son las  mujeres, pero éstas tienen que reunir ciertos requisitos  como el no estar en su periodo menstrual. Ellas se encargan de hacer toda la comida y  los adornos. No es permitido se coman las viandas so pena de enfermarse.  Cuando el difunto llega al compartir las viandas, éste toma la esencia de los alimentos y se la lleva agradecido. Si la comida - al ingerirla los familiares - no sabe a nada quiere decir que el alma del difunto realmente estuvo con ellos y se alimentó de los mismos.

En México, la planta que representa el día de muertos es el  cempasúchil o flor de los 400 pétalos. Los mexicas creían que los difuntos, debido al olor fuerte de esta flor,   encontrarían el camino a sus hogares.

Los Celtas que habitaban Gran Bretaña y Francia llamaban a estas festividades Samhain, que marcaba el final del verano, y por tanto de la cosecha, y el comienzo del solsticio de invierno y del año celta. Para los celtas el cambio de estaciones y las cosechas adquirían un significado mágico, por eso ese día celebraban “La Fiesta de los muertos”. Ellos utilizan las manzanas asadas en estos días. 

Creían que durante ese día los muertos atravesaban el límite que separaba un mundo de otro, y les visitaban. Los habitantes de los pueblos dejaban alimentos fuera de sus casas para complacer a los espíritus, ya que si no accedían a sus deseos podían ser presa de maldiciones y horribles conjuros. Los druidas (sacerdotes) celtas se vestían de una manera especial, pensando que así facilitaban la conexión entre este mundo y el del más allá y que los muertos vendrían a entregar mensajes a los vivos.

En Haití el dos de noviembre se festeja el día de todas las almas y en Puerto Príncipe la gente se reúne para visitar a sus fieles difuntos en los cementerios. Las personas dejan como ofrenda granos de café, ron, cacahuates, frijol negro, maíz y panes. La sacerdotisa en ocasiones sacrifica una gallina, regando la sangre en la tumba y en la cruz, prediciendo supuestamente el futuro que los depara a los familiares del difunto.

En China al festejo se le conoce como Ching Ming (Recuerdo de los días de los ancestros) y da comienzos el 4 o 5 de abril, 10 días antes y 10 días después del Chin Ming. En ella participan los jóvenes y se dan a la tarea del arreglar, quitar la maleza, pintar y volver a adornar las tumbas de sus fallecidos. Con una visión más espiritual  se reúnen para comer alrededor del difunto, ofreciéndole los alimentos que al difunto le gustaba (similar a los mexicanos) y rezarle diversas plegarias. Al final se quema dinero, como símbolo de prosperidad. Deben de colgar ramitas de sauce en sus puertas pues es símbolo de luz y en ese día no deben de cocinar con fuego. Por lo que se le conoce también como "el día de la comida fría".

En África existe un sinfín de ritos ceremoniales y festejos en torno a los difuntos y  varían de acuerdo a la etnia, el rango social y si era hombre, mujer o niño. En muchos pueblos se tiene la costumbre de arrojar un poco de agua y comida al suelo todos los días, forma simbólica de decir que los muertos siguen presentes y que se les ha alimentado. En otras etnias el jefe de la tribu cada ocho días dará parte de su comida como ofrenda y cada siete años sacrificará una cabra y rociará con su sangre las imágenes de los difuntos o los pilares de arcilla que los representan. En otras comunidades se tiene prohibido llorar, pues el alma del difunto se puede ver sumamente afectada. En Madagascar entre los nativos tienen la costumbre cada cinco años de desenterrar a cierto número de difuntos y colocárselos en los hombros moviendo sus brazos y piernas dando un recorrido de baile pues el muerto ha retornado entre ellos.

En Japón, el Día de Muertos, u Obon como se le conoce, se  celebra en agosto. También se le conoce como "El día de las linternas"; que comparte algunas tradiciones con nuestra celebración como las ofrendas para dar fuerza a las almas que vienen a visitarnos. Las linternas son usadas en las fachadas de las casas para alumbrar el camino de los espíritus. Una vez que ese día ha pasado, las linternas se depositan en el río para que guíen las almas de vuelta al más allá.

A pesar de que quisiéramos borrar de nuestra mente la existencia de la muerte, existen aún culturas que nos enseñan que lo ideal es vivir este último ciclo de nuestra existencia de una forma natural y sana y enseñar a verla de esta forma a nuestros jóvenes y niños. Solo una cosa es verdad: todos nos vamos a morir. 



viernes, 28 de agosto de 2020

SÍNDROME DE BURNOUT DEL CUIDADOR.

 Por. Psic. Cliserio Rojas Santes

La situación del cuidador con restricciones en su vida social, en su estado de salud, en su tiempo libre, en sus aficiones, en su intimidad, etc., perturba de modo intenso su equilibrio personal y familiar, dañando gravemente la relación intrafamiliar y experimentando una profunda sensación de soledad. Se puede desarrollar un síndrome de "fatiga crónica" o "Síndrome de Burnout", que puede interferir en la calidad de los cuidados proporcionados el enfermo.

 

Las manifestaciones principales del "Síndrome de Burnout" son:

- Síntomas depresivos: trastornos del sueño, tristeza, fatiga que no corresponde a la actividad, incapacidad para concentrar la atención, perdida de interés en actividades previamente placenteras, cefaleas, enlentecimiento del pensamiento, energía, anhedonia.
- Cambios de humor, agresiones verbales y expresiones de crueldad.
- Síntomas físicos: molestias abdominales, mareos, síntomas cardiovasculares y respiratorios.
- Consumo de alcohol o drogas.

La situación de agobio que vive el cuidador es la causa principal de la institucionalización en pacientes dependientes como los ancianos.

Las necesidades más importantes del cuidador son:

1. Información: el cuidador necesita aumentar sus conocimientos sobre la enfermedad, sus cuidados, complicaciones, etc.
2. Formación: desarrollo de habilidades de comunicación, afrontamiento de= estrés, cuidados al paciente.
3. Apoyo emocional: el cuidador desea recibir afecto, comprensión y apoyo de otras personas de su círculo social. El apoyo puede llegar de grupos de apoyo constituidos por personas que han vivido situaciones similares y por tanto hablan el mismo lenguaje que los "cuidadores".
4. Periodos de descanso- hay que buscar fórmulas que permitan al cuidador momentos de descanso (mañanas, vacaciones, fines de semana). Se puede recurrir a centros de día, ONGS, voluntariado, asociaciones de familiares, cuidadores profesionales, etc.
5. Otras: económicas, ayuda en el cuidado físico, ayuda en funciones domesticas, etc.

3.- Otros sistemas de apoyo social.

 

Al hablar de la situación de una persona responsable de los cuidados de un familiar, hemos citado la posibilidad de desarrollar un síndrome de agotamiento denominado "síndrome de burnout" o estar quemado. En los profesionales dedicados al cuidado continuado de un paciente, también puede surgir esta manifestación. Los más susceptibles de ser afectados por este síndrome,  son los miembros de equipos dedicados a cuidados paliativos con pacientes en situación grave o terminal. El agotamiento laboral afecta al personal sanitario cuando éste se ve desbordado por las numerosas exigencias que plantea el cuidar estos pacientes. Puede surgir una reacción de estrés cuando percibimos una situación o suceso que nos resulta amenazante y que al respecto evaluamos que no poseemos los recursos necesarios para su adecuada superación. Tenemos una sensación de irritabilidad y perdida de energía física, sentimientos de baja autoestima y de no eficacia. El sentirse indefenso será el último eslabón de esta cadena. Cuando se repiten estas situaciones, el riesgo de agotamiento es casi inevitable. El cuidador pierde el entusiasmo por el trabajo y las consecuencias para su salud pueden ser muy negativas. Pese a sus efectos devastadores, el síndrome de agotamiento suele pasar desapercibido, siendo más fácil de reconocer en otra persona que en uno mismo. Muchos cuidadores piensan que reconocer ante los demás sus reacciones de estrés, es admitir su incompetencia, lo que puede exponerle a sentimientos adicionales de perdida de la propia autoestima, ya seriamente afectada.




martes, 18 de agosto de 2020

La Alegría

 Por: Pbro. Silvio Marinelli

La alegría es un estado interior fresco y luminoso, generador de bienestar general, altos niveles de energía y una poderosa disposición a la acción constructiva. Quien la experimenta, la revela en su apariencia, lenguaje, decisiones y actos.

Algunas de las funciones de la alegría son:

Dar luz y color a la vida, hay quienes le llaman la sal de la vida, es un ingrediente que nos hace sentir bien, nos permite contrarrestar el dolor y el sufrimiento, si bien, el sufrimiento es inevitable, la alegría nos puede ayudar a pasar el momento de una manera más amena.

La alegría puede ser también una forma de mejorar e inicial las relaciones sociales y al mismo tiempo es benéfica para los  estados de salud puesto que los estados de ánimo están directamente relacionados con las emociones, así, al estar más alegres nuestra salud se verá beneficiada.

Nuestro cuerpo produce de manera natural una hormona responsable de aumentar la alegría y de eliminar el dolor, esta hormona recibe el nombre de endorfina.

Cuando la endorfina comienza a proporcionar dosis extras se reduce el dolor físico y aumenta el amor por la vida.

La alegría es positiva cuando ella nos ayuda a comunicar, a desarrollar simpatía y amistad, es buena cuando produce optimismo y creatividad abriendo nuevos horizontes. Generalmente, la alegría nos mantiene jóvenes y espontáneos y puede convertirse en fuente de salud. Nos permite vivir en plenitud.

Sin embargo, también existe un aspecto negativo de la alegría, como cuando la persona se vuelve superficial o cuando a partir de la alegría se ridiculiza a las personas y se pierde el respeto por ellas o por el dolor. Puede ser negativa cuando invade el espacio de quien vive otras emociones.






miércoles, 12 de agosto de 2020

La Importancia del Silencio

 

         Existe en muchas personas un gran miedo a estar en silencio; sin embargo hay muchas otras que lo toleran y otras tantas que lo disfrutan... ¿Cuáles podrían ser las razones de esto?, y, ¿Cuáles los posibles beneficios?

      Hoy en día existe mucho ruido a nuestro alrededor: cuando no está la televisión prendida, será el radio,  la música, el teléfono,  los amigos, en fin; cuesta mucho trabajo encontrar esos minutos de silencio, y así al no tener esos ratos de paz entre tanto alboroto nos vamos acostumbrando a convivir con el ruido y nos vamos desacostumbrando a esos momentos en tranquilizad y, cuando éstos llegan, nos toman desprevenidos, y les tenemos miedo, causan una sensación extraña, de aburrimiento, de soledad; y entonces rápidamente buscamos algún distractor y así se huye constantemente del silencio.

    Hay otro grupo de personas que, cuando las toma desprevenidas el silencio, lo aguantan estoicamente y simplemente lo toleran porque no tienen de otra; no tienen el miedo de las que mencionamos antes pero tampoco buscan esos momentos de silencio.

      Y existe un tercer grupo, al que le gusta estar en silencio, que disfrutan esos momentos, que buscan entre la vorágine del día esos ratos a solas con ellos mismos: a esta gente le gusta reflexionar, pensar, estar con ellos mismos, quizá en muchas ocasiones ellos mismos sean su mejor compañero.

     Creo que al ser sociales es muy importante la interacción con las personas, con la sociedad, con el mundo que nos rodea; pero igualmente es muy importante entrenarse para poder disfrutar y aprender en el silencio, ya que nos  puede traer muchísimos beneficios, empezamos a conocernos mejor a nosotros mismos, a ir metiéndonos en lo más profundo de nuestro ser, y, al poder observarnos desde un perspectiva externa, podemos empezar a crecer, a ser más conscientes de lo que hacemos, y a analizar mucho más las cosas que suceden a nuestro alrededor, a apreciar lo bueno que tenemos cerca y a darnos cuenta que muchas veces lo que se veía muy mal, resulta que no fue tan malo e inclusive se puede obtener un beneficio: qué importante es el silencio, apreciar todo lo que nos rodea, poder escuchar el viento, los pájaros, oler la lluvia, ver un amanecer, observar las texturas de los árboles, las plantas; en fin tantas cosas bellas que nos acompañan diario.

        Al ir entrenándonos en el disfrute del silencio,  seremos mucho más conscientes del momento y vamos a poder disfrutar cada instante que vivimos, que es lo que realmente tenemos en la vida; la secuencia de momentos,  y  así podremos entrar en una espiral en donde aprendemos en el silencio y disfrutamos en el ruido de la vida, que sucede todos los días.

      Merece mucho la pena ir quitándose de todos esos ruidos que nos distraen de la vida; apaguemos los televisores, dejemos de lado los celulares para hablar más, ya sea con los seres queridos que están cerca o con el ser más querido que debes de ser tú mismo; tienes la obligación de llenarte de ti, para que una vez lleno puedas desparramar a los demás; evitemos todos esos ruidos distractores y empecemos a disfrutar el estar con uno mismo. 

Todo ese disfrute nos está esperando y es gratis, sólo busca en tu interior y poco a poco te hablará, hasta que un día no le pare la voz a ese ser interno.

          En el silencio también encontramos a Dios, nos llenamos mas nuestro espíritu, alimentamos esa otra parte de nuestro ser que es al alma: Dios escogió esta forma para hablarnos en la aridez del silencio.

     ¡Aprendamos a disfrutar el silencio!